Callejeando por los barrios
El visitante de Molinos tiene la oportunidad de callejear por la localidad y perderse por lugares que, aparentemente, no tienen un gran atractivo. Hay que dejarse llevar y el pueblo descubre al curioso, rincones apartados llenos de encanto.
Después de visitar la iglesia y el museo de Eleuterio Blasco Ferrer la siguiente parada es la torre de la iglesia que se encuentra en un alto detrás de la parroquia y exenta. Desde esta atalaya vemos todos los barrancos. Si miramos hacia el este vemos al fondo el barranco de las Fuentes, si nos inclinamos hacia el norte se nos abre el barranco de Atalaya y los dos se juntan ante nuestros ojos si dirigimos la vista hacia el noroeste. Dejando aparte el paisaje en esta loma hay un jardín botánico y la ermita de la Soledad,
sencilla construcción a cuyos pies se abre un pequeño porche adintelado. El acceso se produce a través de un arco rebajado. Tiene una sola nave, cubierta con bóveda de cañón y con una gran cúpula sobre pechinas, elevada sobre un gran tambor con pilastras adosadas que sustentan un entablamento. Su clave está decorada con estucos. Exteriormente, destaca el gran cimborrio poligonal, realizado enteramente en ladrillo. Además, presenta torre octogonal y cubierta a dos aguas.
Vamos hacia abajo por unas escaleras llenas de encanto y verdor propio de las paredes orientadas hacia la umbría. Llegamos hasta el puente que cruza una de las heridas geográficas más reseñables del casco urbano. Es el barranco de San Nicolás llamado así por la cercanía de la ermita bajo la advocación del mismo santo. Esta grieta formada por el agua tuvo su momento de gloria cuando se decidió alicatar una parte de la pendiente, aunque con más voluntad que acierto.
Cruzamos al otro lado y comenzamos a subir por la calle Hospital que nos lleva hasta el otro punto alto del pueblo. Vamos por calles estrechas y algo laberínticas, observamos las macetas, las puertas y hablamos con los vecinos. Así, sin darnos cuenta, acabamos en la parte baja del pueblo, cruzamos otra vez, por una pasarela de madera, el barranco de la Atalaya y volvemos por la calle Morera y San Roque hasta la plaza Mayor rodeada de soportales que dan abrigo al paseante y donde se concentra la vida del pueblo.
Aún queda una zona por recorrer, por la calle Fuente Altas hasta una casona: la casa del Moro en la que vemos a los dueños en plena faena de fabricar vino. Entre esta casa y la calle hayamos un arco ojival tosco y encajado casi a la fuerza que da al trazado urbanístico un gran valor ornamental.
Un paseo excepcional. El turista curioso encontrará en el recorrido mucho que ver y si el tiempo acompaña ya no podemos pedir más.
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