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Santo Toribio de Liébana (iglesia, Estercuel)

La iglesia de Santo Toribio de Liébana de Estercuel preside una plaza conectada con el eje norte-sur que recorre todo el casco antiguo de la población. Data del s. XVII y pertenece al denominado estilo barroco. Estercuel y el resto de localidades vecinas recibieron durante los siglos XVII y XVIII un nuevo modelo a seguir en la construcción de sus iglesias. Esta novedad fue fruto de unas circunstancias históricas concretas: la Contrarreforma y el Concilio de Trento. La Iglesia católica necesitaba hacer frente al protestantismo y para ello celebró el Concilio de Trento (1545-1563), acto en el que se esgrimió una nueva doctrina que debía garantizar el relanzamiento de la fe católica. Y si la Santa Sede se renovaba, uno de los puntos clave de esta institución, el edificio que la representa, la iglesia, debía hacerlo también. Los jesuitas, protagonistas de esta lucha contra la escisión protestante, jugaron un papel de gran importancia en la elaboración de un arquetipo de iglesia que se extendería por la mayoría de territorios católicos. La construcción de Il Gesú de Roma, cuyo artífice fue Vignola, supuso el inicio de este nuevo modo de entender y construir iglesias, basado en una nave única, cubierta por bóveda de cañón, transepto no sobresaliente con cúpula en el crucero y capillas laterales.

 

Planta

Así, la iglesia de Estercuel, al igual que las de las poblaciones vecinas, fue construida conforme a las nuevas normas establecidas. Sin embargo, hay que tener en cuenta las influencias de las líneas artísticas anteriores, los autores, las posibilidades económicas y materiales y muchos más condicionantes circunstanciales que se pudieron dar en el momento de la construcción y que darían a la obra unas características propias y diferenciadas, alejadas muchas veces del modelo vignolesco.

La iglesia consta, pues, de tres naves; la central, cubierta por bóvedas de cañón con lunetos y las laterales por bóvedas de arista. El crucero, no acusado en planta, está cubierto por una cúpula vaída sobre pechinas. La cabecera recta sobresale en planta, lo que ayuda a imaginar una cruz, teniendo en cuenta además que la nave central y el transverso fueron elevados con respecto a las laterales, en las cuales se abrieron unas ventanas de alabastro que iluminan el interior. Otra ventana, situada en la fachada, obliga a dirigir la mirada hacia los pies de la iglesia. En este primer tramo, dividido por las naves en tres partes, se encuentra a la izquierda la pila bautismal, en el centro un arco rebajado que da paso a la nave central y a la derecha las escaleras que llevan o bien a la torre o bien al coro, ubicado justo encima del tramo descrito.

Siguiendo la tradición constructiva de los siglos XVII y XVIII, la iglesia de Estercuel se alza sobre el resto de casas gracias a su torre. Las torres-campanario constituyeron un elemento esencial, puesto que contribuyeron a la transformación de la imagen de las localidades. Además, participaron en la vida cívica y religiosa de las mismas, pues avisaban de la celebración de los actos festivos, de las ceremonias religiosas o alertaban incluso de las emergencias. La torre de esta iglesia es de planta cuadrangular, aunque la parte superior presente las esquinas redondeadas dándole una fisionomía diferente. La parte sobresaliente está construida a base de ladrillo, como es propio de las torres de la zona, mientras que la base coincide en cuanto a material con el resto de esta obra arquitectónica.

Por último, antes de adentrarse de nuevo en el templo, falta hablar de la fachada. Como el resto del edificio, está construida a base de sillares irregulares, frente a los aparejos regulares dispuestos en las esquinas, en la portada, formando un arco de medio punto y en el óculo situado en lo alto de la fachada que, a diferencia de su función habitual, impide el paso de la luz al tratarse de un vano ciego. Como única ornamentación, se podría señalar cierto cromatismo proporcionado por los sillares.



 

Por lo que respecta al interior, como ya hemos comentado, nos encontramos ante una iglesia de tres naves de altura escalonada. De este modo la iluminación de la nave central se hace de modo directo mediante sencillos vanos alabastrados que tamizan la entrada de la luz natural en esta zona de la iglesia; mientras que la iluminación del presbiterio se hace de un modo más intenso, contribuyendo a resaltar la parte más sagrada del templo.

Toda esta manipulación de la iluminación de la iglesia es un aspecto muy propio del espíritu del estilo barroco de acuerdo con la idea de hacer florecer en el fiel su sentimiento de fe, y la luz se convierte en un nuevo elemento para conseguirlo. Sin embargo, el hecho de que la cúpula del crucero no presente ningún elemento de iluminación anunciando la proximidad del presbiterio es una característica que no se adecua a su función principal desde el punto de vista arquitectónico. Así que podríamos señalar que se trata de una excepción, que llega a convertirse en aportación original al templo.

Otro aspecto que deberíamos señalar en lo referente al interior de esta iglesia es el modo en que se articulan sus muros y la decoración pictórica y escultórica que éstos reciben. En altura el muro se concibe mediante una combinación de pilastras adosadas de mayor altura en la nave central y en el crucero y presbiterio, con otras más bajas que corresponderían a las naves laterales. En ambos casos las pilastras vienen sostenidas sobre altas basas y coronadas mediante molduras a modo de capiteles que recorren los muros del templo en toda su longitud. Todos estos elementos constructivos, que en este templo responden a una función meramente ornamental, se ven reforzados desde el punto de vista decorativo gracias a la decoración pictórica en tonos pastel que reciben en toda su altura. Este tipo de decoración comenzó a extenderse tras la construcción de la basílica del Pilar de Zaragoza en las localidades aragonesas cercanas a la capital maña, ya que la construcción del templo trajo como consecuencia que se convirtiera este último en el paradigma barroco en que inspirarse a la hora de construir o decorar otras iglesias.

Decoración interior

Además de esta decoración pictórica lisa que reciben los muros, hemos de hablar de otros elementos decorativos situados en el techo de cada uno de los tramos de la nave central, en las alas del crucero y en el presbiterio. Se conciben como relieves posteriormente pintados a modo de tondos vegetales que encierran en su interior diferentes motivos sagrados relacionados con la figura de Cristo. En primer lugar, en el tramo situado sobre el coro alto, se nos presenta el anagrama de Cristo compuesto de las letras IHS, “Jesús, Hijo del Señor”. En el segundo y tercer tramo de la nave central aparecen el Cáliz y la Cruz como símbolos de la figura de Jesús. Mientras que los lados del crucero están decorados con los correspondientes tondos vegetales que encierran en su interior una corona que hace referencia a Jesús como rey de los cielos y la cruz del Calvario con el paño sagrado. Y, finalmente, en la parte del presbiterio se representa una Custodia, elemento muy adecuado para este lugar del templo, puesto que el presbiterio es el lugar en el que se custodia el cuerpo de Cristo.

Sin embargo, al margen de estas pequeñas decoraciones puntuales, aunque no por ello menos simbólicas, el lugar en el que se concentra la principal empresa de pintura mural del templo se encuentra en la cúpula del crucero y en las pechinas que permiten su perfecto asentamiento sobre la fábrica de la iglesia. En estos cuatro elementos arquitectónicos, muy propios de la tradición artística occidental desde el periodo renacentista, se nos representa a los cuatro evangelistas, acompañados de sus correspondientes nombres y símbolos y en actitud de emprender la empresa de redactar sus respectivos Evangelios. Como fondo, unos paisajes arquitectónicos, concebidos a modo de ciudades de la Antigüedad, sitúan a los cuatro evangelistas en su período histórico adecuado.

Estos cuatro evangelistas redactando sus respectivos textos se convierten en el sostén de la escena principal de la cúpula, que correspondería al pasaje bíblico en el que Cristo predica su palabra a san Pedro y otros discípulos y fieles que se reúnen en torno a su barca, ante la presencia del Espíritu Santo.

Retablo mayor

Como es habitual, además de la decoración pictórica mural de la cúpula, el retablo mayor es el elemento ornamental y simbólico más relevante de la iglesia. En este caso concreto se sitúa enmarcado por una decoración pictórica a modo de cortinajes replegados como si en un gran escenario teatral se nos desplegara la imponente fábrica del retablo, que en esta ocasión se concibe de un modo original. Y es que nos encontramos ante una pieza cuya base consta de dos lienzos y dos paneles decorados en relieve con motivos vegetales y grandes mandarlas, en cuyo interior se representan los símbolos de la Eucaristía: las espigas de trigo y los racimos de uva con los que se producen el pan y el vino, cuerpo y sangre de Cristo. Estos paneles decorados en relieve se flanquean por pilastras, que sirven de base al cuerpo superior y que separan los relieves de los lienzos laterales. en los que se representa a San Fabián como obispo y la aparición de la Virgen del Olivar respectivamente. Este cuerpo bajo sostiene a su vez otros dos lienzos laterales enmarcados en arcos de medio punto con otros lobulados en su interior, en los que se representa el martirio de San Sebastián y a San Francisco ante un altar. Todo ello enmarca a su vez una gran estructura arquitectónica, en la que aparece el sagrario iluminado y flanqueado por dos ángeles. Y sobre éste, un baldaquino de finas columnas con cúpula que resguarda en su interior un Cristo crucificado con dos ángeles a los lados.

Según las fuentes consultadas, los lienzos citados y otros dos que representan una escena franciscana y a San Juan Bautista respectivamente fueron realizados por Juan Díaz en 1945.

Tanto el retablo como las esculturas, que comentaremos a continuación, posiblemente fueron creadas tras la Guerra Civil, puesto que, como es sabido, los bienes muebles que contenían las iglesias fueron destruidos durante el conflicto, hecho que obligó a la creación de unos nuevos.

Estas esculturas, realizadas por los hermanos Albareda hacia 1938, son los elementos que contribuyen finalmente a ornamentar el templo. Comenzando por la nave de la Epístola encontramos en el primer tramo a un monje de la Merced y Santa Águeda en un lateral. En el siguiente tramo se nos representa a Santa Bárbara y a San Roque, como peregrino acompañado de un perro, y diversas representaciones de la Virgen. El último tramo lo ornamentan un retablo dedicado a Cristo del Sagrado Corazón y otro compartido para las esculturas de la Virgen del Olivar y San Antonio Abad.

Por su parte, la nave del Evangelio se decora en el primer tramo mediante un Cristo yacente bajo una cruz y acompañado de una Dolorosa. En el segundo tramo aparecen representados la Inmaculada Concepción, un arcángel y San Antonio de Padua. Y finalmente se nos representa en el último tramo una Virgen con el Niño, San José con el Niño en un retablo y el último altar se dedica a la Virgen del Pilar, San Sebastián y un obispo mitrado.

Si bien estas imágenes contribuyen a enriquecer el culto de los fieles en el templo, éste también es imagen y símbolo de la Pasión de Cristo y su crucifixión y muerte, con la que redime al ser humano de sus pecados. Por ello, se nos representan las estaciones de la Pasión de Cristo recorriendo las naves laterales.

También se reserva en la iglesia un espacio para llevar a cabo el sacramento del bautismo, que se realizaría en el primer tramo de la nave del Evangelio. Como se ha comentado anteriormente, es allí donde encontramos una sencilla pila bautismal de forma octogonal (algo habitual, ya que el número ocho simboliza el sagrado Bautismo), realizada en alabastro y decorada con una cruz en uno de sus lados.


Finalmente, otro espacio esencial en un templo de este periodo histórico sería el del coro alto situado a los pies. Este coro se encuentra amueblado mediante un banco con una representación de Cristo, sobre el cual se sitúan tres cuadros en los que se presentan la Inmaculada Concepción, una Pietá y un monje de la Orden de la Merced.

Todos estos elementos contribuyen a enriquecer y llenar de simbolismo este templo, al que podríamos calificar de fábrica modesta.

Cruz procesional

 
Contrastando con esta idea, la iglesia esconde en su interior un pequeño tesoro. Nos referimos a una cruz procesional que no se expone, sino que se reserva para las ceremonias importantes y que pudimos conocer y estudiar gracias al párroco del monasterio del Olivar, P. Ignacio Conesa. Se trata de una cruz procesional que fue restaurada recientemente, en el año 2003, por Fernando Piró Mascarell, hecho que nos permite la posibilidad de contemplar la obra en perfectas condiciones y nos proporciona a su vez mucha información de interés.

Desde el punto de vista técnico se trata de una cruz procesional realizada sobre alma de madera en plata fundida y repasada, y chapa de plata cincelada, repujada y grabada, sobredorada en ciertos elementos en oro fino. Una cruz de formato latino de brazos rectos con medallones en el centro y rematados con placas romboidales y pomos de decoración abalaustrada. Dicha cruz se inserta mediante una cupulilla en una linterna compuesta por dos cuerpos hexagonales de diferentes proporciones, que, a su vez, cuenta como base con una caña o fuste decorado con motivos vegetales que sería posiblemente de época posterior.

Por lo que se refiere al programa decorativo e icnográfico que se despliega en la misma, debemos señalar que toda su superficie nos presenta una cuidada y delicada decoración. La caña o fuste recibe exclusivamente la decoración ya citada a base de hojas vegetales y otros motivos como tondos.

Sobre este fuste se inserta la linterna, que servirá como base para la cruz propiamente dicha. Arranca la linterna de una pequeña cúpula decorada con motivos vegetales también, sobre los que se asienta la linterna. Se compone de una estructura hexagonal en doble planta con nichos avenerados, que cobijan las pequeñas esculturas de los apóstoles caracterizados con su elemento o símbolo iconográfico propio en la mayoría de los casos. Estos nichos se separan por medio de cintas que finalizan en flores y otras cintas con elementos vegetales, como ocurre en el resto de la estructura de la cruz.

Esta linterna doble finaliza en una cúpula sobre la que se inserta la cruz de forma latina y de brazos rectos. Todas las placas de las que consta la cruz se decoran en bajorrelieve mediante motivos vegetales y diseños de candelieri, tan propios del arte del Renacimiento, y el contorno presenta motivos carnosos a modo de cardina. Cada uno de estos brazos cuenta con medallones situados en el centro de los mismos y en ambas caras de la cruz, y se rematan con unas placas romboidales y pomos abalaustrados en los extremos. Los medallones cobijan en su interior las representaciones icnográficas correspondientes al programa desarrollado en cada una de las caras de la cruz. De este modo en el anverso encontramos en el medallón superior la representación de un pelícano, en los laterales a la Virgen María y San Juan ocupando sus lugares correspondientes en la Crucifixión de Cristo con corona de espinas y paño de pureza, representación que ocupa el centro de la cruz. El cuarto medallón, situado en el brazo inferior, se decora con la representación de Adán resucitando de la tumba del Gólgota.

Los medallones del reverso también concentran parte del programa iconográfico de la cruz. En esta ocasión encierran en su interior los símbolos de los cuatro evangelistas y la figura central de la misma es una Virgen con el Niño en brazos. Finalmente, los dos medallones del centro de la cruz presentan sendas cruces diferentes en relieve.

Se trata, por tanto, de un programa unitario el que se representa en esta cruz. Los apóstoles constituyen la base del resto de programa, puesto que son los encargados de difundir la palabra de Jesucristo tras su muerte. En el anverso se nos representa la Crucifixión de Jesús como redentor de la Humanidad, es decir, crucificado sobre el monte Gólgota, que fue donde se encontraba enterrado Adán, padre de la raza humana y primer pecador. Lo que viene a significar que encontramos la salvación para todos los creyentes gracias a que Jesucristo muere crucificado para redimir todos los pecados.

Por ultimo, en el reverso se alude a la labor divulgativa que tuvieron los cuatro evangelistas, quienes, junto a la Virgen María, fueron los encargados de hacer llegar la palabra de Jesús a todos los puntos.

Así que podríamos apuntar que en esta cruz se recoge un programa icnográfico completamente unitario y simbólico, ejemplar para los fieles durante los diferentes acontecimientos en los que se exhibe.


Por lo que se refiere al estilo de la obra, el restaurador Fernando Piró Mascarell asegura que se trataría de una pieza datada hacia el año 1550, de estilo renacentista basado en los modelos clásicos. Probablemente es una obra de serie de un taller zaragozano, así que se trataría de cruces que siguen un modelo establecido. Pero no conocemos quién fue el orfebre que realizó esta pieza. Al igual que nos es desconocida la procedencia de esta pieza, aunque no cabe duda ninguna de que se trata de una obra que se encargó para alguna parroquia de la zona, como nos confirma el escudo que aparece bajo la Virgen.

Pese a que no aporte novedades desde el punto de vista iconográfico o simbólico, dada la calidad de la obra y por el hecho de haber llegado hasta nosotros, esta pieza constituye un testimonio importante dentro del patrimonio de la localidad y de la comarca.

Bibliografía

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