Centro de Estudios Locales de Andorra
(Reproducción íntegra del artículo firmado por Josefina Lerma con fotos de Rosa Pérez publicado en el BCI n.º 32 citado en la bibliografía)
En nuestro recorrido por la comarca, no dejamos de comprobar que las ermitas esconden profundos y variados matices. Vamos a ver que las de Ariño nos acercan a conceptos y puntos de vista que no habíamos abordado hasta ahora. En primer lugar, su ermita de Santa Bárbara pone en evidencia la estrecha relación que existió en el pasado entre creencias religiosas y poder político. Por otra parte, a pocos kilómetros del pueblo encontramos el imponente santuario de Nuestra Señora de Arcos. Aunque enclavado en la comarca Bajo Martín, al cuidado de los devotos de Albalate del Arzobispo, guarda amplios vínculos con Ariño y nos da pie a conocer este tipo de complejos religiosos, muy importantes en la provincia. En Ariño se conservan también restos de un pequeño templo dedicado a la Virgen del Pilar y hay constancia de que hubo una ermita de San Miguel y un arco-capilla de los Santos Mártires.
La ermita del Pilar nos remonta al origen del municipio. El casco antiguo de Ariño está situado estratégicamente, en una colina con dos cumbres y un buen campo de visión sobre los valles de los ríos Escuriza y Martín. Se cree que en la cima oeste hubo un asentamiento fortificado, un castillo del que quedan algunos vestigios. En ese entorno se hallan los restos de esta ermita del siglo XII, que al parecer fue la primitiva parroquia de Ariño, con un cementerio colindante.
Según ha estudiado Agustín Ubieto, los templos dedicados a la Virgen del Pilar sugieren el paso de peregrinos por una población. Ariño se localizaba en el llamado camino secundario de Daroca a Calanda, que discurría entre el camino Calatravo y el de Jaime I, y en nuestra comarca pasaba también por Alacón y Andorra. Este camino fue vigoroso en el siglo XVIII, época en la que esta ermita aún contaba con un buen conjunto de ornamentos y se mantenía con decoro, cuidada por Bárbara Peguero. Sin embargo, tanto la techumbre como la sacristía estaban dañadas, y el deterioro del edificio ya no se detendría. En los años 1920, cuando Juan Cabré fotografió la portada en su labor de inventariar el patrimonio religioso de la provincia, no quedaba tejado y casi todo el edificio estaba perdido. Cabré captó también la imagen de un San Jorge, de 1,10 m de altura en madera policromada, que se encontraba en su interior.
A principios de los años 1980, la empresa SAMCA contribuyó a recuperar los alrededores de esta ermita, que, como decimos, es un estupendo mirador. Además de pavimentar y ajardinar el espacio, se consolidó el arco de entrada y parte de la fachada lateral. Aunque la intervención no es idónea desde el punto de vista de la restauración artística, ha preservado la portada de medio punto, de marcado estilo románico, con grandes dovelas y molduras talladas con puntas de diamante.
La capilla de los Santos Mártires (san Fabián y san Sebastián), ya desaparecida, se acomodaba sobre un arco o puerta de entrada al pueblo: “Está sobre un portal por donde se pasa para bajar al río Martín”, se dijo a finales del XVIII. Daba paso a la plaza del mismo nombre, que a su vez abría camino al recinto más antiguo del pueblo. Según la Visita Pastoral de 1785, la capilla estaba surtida con ropas, alhajas, lámparas y manteles, aunque no era adecuado celebrar misa, porque “por bajo pasa todo animal inmundo”. El arco-capilla seguía una estructura arquitectónica característica de la mitad oriental de la provincia, muy bien representada en nuestra comarca. A esta capilla de Ariño se subía por unas estrechas escaleras y desde su interior se tocaba un campano para la fiesta de los Santos Mártires, el 20 de enero. Los vecinos organizaban misa y procesión e invitaban a chocolate caliente, magdalenas y miel antes de encender la hoguera y celebrar baile con música de gaiteros. Actualmente el arco ya no existe, solo queda una hornacina desierta en la fachada de una casa cercana, que aspira a recordar la devoción
La ermita de San Miguel -citada asimismo en la Visita de 1785, cuando ya solo tenía “un altar indecente”- es una de esas que sufren un olvido casi total y no hemos podido confirmar su ubicación. Pensamos que pudo estar en el barrio de la Balsa, entre eras y corrales, donde algunas personas sí recuerdan las ruinas de una antigua ermita que proporcionaba refugio en época de trilla.
La ermita de Santa Bárbara sobresale en la cumbre más elevada de la población. El edificio es de ladrillo, con una nave cubierta con bóveda de medio cañón con lunetos y cabecera poligonal. El templo está dividido en dos tramos, separados por pilastras adosadas al muro, en el que prevalece una ancha cornisa. Los historiadores del arte estiman que proviene del siglo XVIII y que en el XIX conoció importantes añadidos o reformas. La ermita que contemplamos, pintada en suaves colores que subrayan sus rasgos arquitectónicos y ornamentales, es fruto de una restauración llevada a cabo por SAMCA; en el exterior, destaca la cornisa de ladrillo que rodea los muros, el atrio cubierto con un arco rebajado y una esbelta espadaña.
En el siglo XVIII ostentaba buenos manteles, candeleros de madera (bien torneados y jaspeados), un atril, una cruz, una campanita, un arca nueva, una lámpara de metal, una alfombra de paño azul y un campanillo sobre el tejado. Se sostenía con las limosnas de los fieles y no contaba con ermitaño ni tenía sacristía, pero se celebraban misas y estaba atendida por Serafina Bespín. Santa Bárbara, popular desde la Edad Media como mediadora para obtener una buena muerte, era, sobre todo, protectora contra rayos y tormentas y es todavía patrona de los artilleros y de los mineros. En Ariño, estos últimos revitalizaron el culto a principios del siglo XX, cuando la minería del carbón cobró un importante auge, y actualmente la devoción todavía se mantiene viva.
La ermita de Santa Bárbara fue saqueada en 1936, en los primeros días de la guerra civil, y quedó en ruinas. En los años 40, SAMCA realizó un primer arreglo del edificio, donó objetos de culto y una nueva imagen. En las décadas siguientes, en honor de la santa se celebraban diversos actos festivos, que son todavía bien conocidos y recordados. Vamos a referirnos a ellos a través de una noticia que apareció en el periódico Inquietud en diciembre de 1952. En la portada de esta publicación de la Organización Sindical Española en Teruel, junto a una fotografía del poblado minero, se leía el titular: “Ariño celebró con esplendor la festividad de Santa Bárbara. Los actos fueron organizados por la Empresa Modelo SAMCA”.
Hay estudios que afirman que los sentimientos religiosos han estado unidos al comportamiento político de los españoles al menos desde las guerras carlistas. Esta relación fue especialmente estrecha en el franquismo, el control sobre las fiestas populares era entonces una forma sutil de ejercicio del poder. En el ámbito local, la prensa y distintas dignidades fomentaban y daban publicidad a iniciativas de reparación de las imágenes y lugares de culto destruidos en la guerra, como ocurrió en Ariño. La crónica hablaba del “extraordinario programa de festejos” celebrados durante los días 2, 3 y 4 de diciembre y de la solemne función religiosa, oficiada por los párrocos de Maella, Ariño y Albalate del Arzobispo, del día de Santa Bárbara (el 4), con panegírico a cargo de mosén Miguel Royo, canónigo de la catedral de Teruel, y procesión desde la iglesia de San Salvador a la ermita. “Más tarde -recogían- en el poblado nuevo que esta empresa ha construido para sus trabajadores, se celebró un animadísimo baile”; en el transcurso de la comida que reunió a autoridades y directivos, se ensalzó la labor económica y social llevada a cabo por la sociedad minera. Los festejos terminaban con un espectacular castillo de fuegos artificiales.
Las fiestas en honor de santa Bárbara fueron decayendo hasta que en la primera década del siglo XXI diversas asociaciones del pueblo, sin desatender la raíz religiosa, las impulsaron desde un punto de vista social. En la actualidad, en la ermita se reparten los ramos de olivo bendecidos el Domingo de Ramos y el día de la festividad de la santa hay ofrenda y procesión, charlas y conferencias, comida de otros actos. hermandad y concurso de guiñote, entre otros actos
Los santuarios son grandes complejos religiosos situados, en general, fuera del casco urbano. Bajo la advocación de un santo o de la Virgen, ejercían su radio de acción sobre los pueblos limítrofes, a veces sobre toda una comarca. En ellos se celebraban oficios religiosos y romerías, y se acogía a los peregrinos. Los santuarios turolenses destacan por su profusión y calidad y, entre ellos, el de Nuestra Señora de Arcos es una de las obras más notables de la provincia (es monumento histórico-artístico desde 1983). Está situado entre Albalate del Arzobispo y Ariño, próximo al manantial y balneario de los Baños, en una ruta que sigue el curso del río Martín para abrirse paso en la Sierra de Arcos. El templo y la hospedería ocupan una gran atalaya rocosa que se eleva unas decenas de metros sobre la carretera y se ha dicho que constituyen “una de las estampas más fascinantes del patrimonio arquitectónico aragonés”.
El pasado más remoto del edificio parece estar relacionado con una fortaleza anterior, primero musulmana y después cristiana, vinculada al poblado desaparecido de Arcos (ubicado al pie del promontorio). En un manuscrito del siglo XVIII se apuntaba que fue la parroquia de esta población, llamada “Arcos de Almanzán”, y que su rector era el titular de la iglesia de Ariño.
A la iglesia de Nuestra Señora de Arcos se accede por la cara norte a través de una escalinata que da paso a un gran atrio cubierto. El templo -fabricado en ladrillo y mampostería- está dividido en dos partes separadas por una bella verja forjada en hierro. El primer cuerpo, una capilla abovedada de tres naves, es el más antiguo, de estilo tardorrománico, y pudo ser una primitiva mezquita. Su nave central está cubierta con bóvedas de arista y las laterales con bóvedas de cañón con lunetos, decoradas todas ellas con yeserías y estucos con motivos geométricos y vegetales, pintados en colores; los muros y columnas están revestidos con un arrimadero de azulejos. Los detalles de esta impresionante decoración se aprecian perfectamente, porque las naves tienen poca altura y provocan una extraordinaria sensación de recogimiento. A la derecha están las escaleras de subida al pequeño coro, que apoya sobre este tramo de la ermita.
El segundo cuerpo, prolongación del anterior, es la capilla mayor, de nave única y planta cuadrada, cubierta con una gran cúpula semiesférica y linterna. Tras el altar mayor existe un camarín, desde el que se accede a la imagen de la Virgen de Arcos. Tanto la figura como el retablo son obras contemporáneas, pues los originales -una talla románica y un retablo barroco de 1680- se perdieron en la guerra civil. Entre los contrafuertes de la nave hay cuatro capillas: San Miguel, Santo Cristo, Inmaculada Concepción y San José. Las esculturas también son del siglo XX, pero las advocaciones ya se citaban en 1785 (estaban “adornados y decentes”) y una parte de los estucos que rodean el retablo de San José parecen originales. Por entonces ardían continuamente tres lámparas delante del altar, la iglesia lucía firme pintada de blanco, había dos campanas en su campanario, rejas de hierro en las puertas y un pavimento firme. Entre sus enseres, se enumeran cuatro misales, cinco atriles, dos confesionarios, colages y armarios con vidrieras para las joyas en la sacristía, un lignum crucis en relicario de plata, cálices de plata y bronce, platillos, cucharillas, una cruz de plata, varios libros de rituales y de coro, manteles, casullas, etc.
Por el lado norte, la ermita tiene adosadas diversas dependencias a las que se entra por el atrio. En cambio, la fachada sur queda exenta, en línea con varios edificios de tres alturas, construidos en tapial, adaptados a la forma longitudinal de la roca, donde se localizaría la antigua hospedería. Se piensa que pudo ser residencia franciscana en el siglo XVII, mientras que en el XVIII residían un capellán y un santero. El capellán, al que se conocía como “rector de Arcos”, disfrutaba de habitación con muebles y ropa de cama, servicio de limpiar y componer la ropa, un guiso diario de hortalizas, tres cahíces de trigo al año y recibía los ingresos derivados de las misas que se celebraban los viernes, sábados y fiestas del año. En cuanto al santero, vivía con su familia y cultivaba la hacienda propia del santuario, una considerable extensión de tierras de huerta, plantadas de olivos, moreras y otros frutales, de la que se obtenían fondos para sostener el complejo.
En 1834 las dependencias fueron usadas como casa de beneficencia e instrucción pública por el Ayuntamiento de Albalate del Arzobispo. Tras la desamortización, el santuario y las tierras colindantes pasaron a manos privadas, aunque el templo volvió a depender de la Iglesia después de la guerra civil. Durante más de una década, en los años 1980, una pequeña comunidad de religiosas de la Orden de las Vírgenes Consagradas al Señor custodió el recinto religioso.
El santuario fue muy concurrido y “de mucha veneración y culto”. Entre los devotos había personas que acudían a los Baños de Ariño. En el siglo XIX, según el Diccionario de Madoz, unas cómodas y excelentes habitaciones servían de hospedaje a los que iban a tomar los baños, conocidos por su eficacia para las erupciones herpéticas. La hospedería estaba por entonces a cargo de una hermandad de Albalate del Arzobispo y facilitaba alguna ropa y colchones a los viajeros sin exigirles nada a cambio, “aunque pasasen allí uno o dos meses”.
También en época contemporánea, se ha llenado de peregrinos y romeros el Lunes de Cuasimodo y el Domingo del Rosario, principalmente de vecinos de Albalate del Arzobispo y Ariño, que acudían con caballerías y carros engalanados. Ha sido tradición repartir pan bendito tras los actos religiosos y compartir más tarde un guiso de judías; el Domingo del Rosario se jugaba a las chapas. Hasta hace unas décadas, jóvenes parejas de novios de Albalate del Arzobispo hacían la promesa de ir andando en silencio desde el pueblo al santuario, que tiene un manantial en sus proximidades conocido como Fuente del Amor.
La hospedería fue parcialmente restaurada en 1997 por iniciativa del Gobierno de Aragón. Y en 2015, la iglesia y los recintos adosados también han sido objeto de una rehabilitación, en este caso promovida por la Hermandad Comarcal de Nuestra Señora de Arcos y el párroco de Albalate del Arzobispo. Se ha sustituido toda la techumbre y las obras han resuelto problemas estructurales del edificio y recuperado el interior del templo. Ahora pueden recorrerse los cuartos de los antiguos aparceros de las tierras del santuario, el comedor y la cocina usados por el propietario o los dormitorios de las monjas citadas. Es un laberinto de pasillos y estancias cuyo uso futuro -se piensa en un albergue- no se acaba de concretar por falta de financiación. Mucho más difícil es la recuperación del resto del santuario, ese fabuloso edificio anexo que se levanta a lo largo del promontorio.
EL CELAN (Centro de Estudios Locales de Andorra) tiene como objetivo la investigación y estudio de los diferentes aspectos de la realidad cultural de Andorra y su ámbito comarcal, así como la defensa del Patrimonio Artístico e Histórico.
La actual organización del CELAN fue aprobada en la Asamblea General de Socios de febrero de 2001. Los órganos directivos -como las de cualquier organización- son la Asamblea General de Socios y la Junta Directiva.
El Centro de Estudios Locales de Andorra (CELAN) comenzó su andadura en la primavera de 1999. Sus miembros fundadores proceden básicamente del Departamento de Geografía, Historia y Ciencias Sociales del I.E.S “Pablo Serrano” de Andorra y de la Universidad Popular de Andorra.