Centro de Estudios Locales de Andorra
(Reproducción íntegra de los artículos (I y II) firmados por Pilar Sarto, con fotografías de Julio García-Aráez, citados en la bibliografía)
(I) Nos acompaña y dirige el recorrido Ángel Tomeo Dolz el Mingorriano, que lleva toda su vida en Alloza (83 años), aunque dice al inicio: “Ahora hace años que no zarandeo el monte como lo he zarandeao”.
Iniciamos el recorrido en la zona del Ballistero, donde tenemos dos mases juntos, el de Bespín y el de los Carrascos. Ángel habla indistintamente de “masada” o “mas” y el nombre, habitualmente el apodo, siempre va acompañado de la partida.
Muy cerca está el de los Mazorras, antes de las Especias, una zona de agua muy buena que nace en la Val Común. Se canaliza y tiene buen acceso con unas piedras, después llena la balsa. A esa fuente iba a buscar el agua don Jaime, un médico que la tenía en mucha estima. Esta zona del Ballistero solía ser de paseo desde el pueblo y se bebía agua de la fuente. A ella se puede acceder por varios lugares, desde la Fuente Nueva, desde Carraplano o desde el mas de la Tadea.
Hace unos cuarenta y cinco años, los chicos venían a bañarse a otra balsa de esa misma masada, hoy seca, la llamaban la balsa del Ballistero y la tía Manuela tenía bañadores y se los alquilaba…; al ser una actividad secreta, porque las madres no les dejaban a los chicos meterse en las balsas, pagaban religiosamente el alquiler y conseguían bañarse y tomar el sol en la peña.
Es una zona de buenas huertas, había abundantes nogueras que daban leña, nueces y sombra, aunque arrancaron muchas para fabricar muebles. Ángel recuerda la jota: “Para correr, un caballo; para sombra, una noguera; para camelar a un hombre, una morena lambreña”.
Seguimos nuestro camino hacia la Fuente la María, donde hay una zueca de olivo espectacular, de 14 metros de circunferencia y Ángel rememora sus días de caza en invierno cuando de esa zueca salieron conejos: “Seis cayeron dando la vuelta alrededor”.
Dejamos el Ballistero y nos vamos a la partida del Zuquerero, al mas de Domingo el Octavio, nieto del Balarraso. En el bancal había una noria con cangilones, al principio de madera y luego de metal, con el disco de hierro, era una noria de sangre y con el agua se regaban los bancales.En la misma partida del Zuquerero está el mas del Sacristán: “Tenía corral y un casetico para hacerse el rancho y tener cubierto si llovía cuando se venía a labrar”. Pasamos a la partida de los Alces y vemos la masada de los Jaboneras, hoy propiedad de Marcelino Loscos, donde todavía puede verse una noria curiosa, con otro sistema de salida de agua, con tres cubos, que llenaba una balsa que todavía se puede ver. Con el agua del pozo y la balsa se regaban los bancales.
Nuestra siguiente parada es en la masada de las Rinconadas, actualmente de Pilar Lorenz, que presenta una curiosidad: tiene el huerto y la noria dentro de la edificación; todavía se ve el caño de piedra por donde se canalizaba el agua para regar las oliveras. Más abajo estaba el corral y en el edificio de al lado era donde se vivía, también disponía de un manantial para el agua de boca. Hoy la nueva vivienda está en el lugar donde antes estaba el corral.
En la misma partida de las Rinconadas está la masada de los Monevas, con el corral partido y unos maderos que sobresalen de la columna central, donde se colgaban los ramos para que los animales, rodeándolos, comieran. Estamos dentro de la Hoya, es zona de olivos, almendreras y viña (antes mucha más que ahora). Encima, la Peña Lechal. Nos cuenta Ángel que en los riscos de las Peñas hay un casetico, del tío Mauricio, un personaje curioso que hizo recholas (baldosas) en Alloza.
Pasamos a la Fuente Andorra, que era de un capitán, Bespín, y ahora de los hermanos Pérez, panaderos de Andorra. Por allí estuvo el padre Jorge y las Fraternidades de Betania. Ángel, con su primo Paulino, arreglaron el edificio y recuerda que las monjas tenían potes de prescos y de piña, que un día les sirvió de buen postre.
Otra parte es de Cesáreo Dolz Aguilar, familia de Pablo Serrano, el escultor de Crivillén. Arriba están las cuevas de Eusebio el Albaitarés, la caseta de Mariano el Cosicas y las Peñas, donde había una era empedrada.Seguimos a la partida de la Navarreta, donde hay tres edificios juntos, uno de Manuel el Bizarre, otro de Martín Comín y otro de los Potas. Esta zona es más alta, ya hay cereal, por tanto los mases disponen de pajares y era, con su correspondiente rulo para ponerla fina. En estas edificaciones se ha aprovechado la teja antigua (teja árabe) y de ahí el dicho “No me des cosa vieja, que no sea teja”. El pajar está en alto, a la altura de la era, y el corral en bajo, con un “alentadero”, que se abría en verano para ventilar al ganado y se cerraba en invierno.
Como curiosidad, el tío Moreno el Sordera se quedaba en una cueva cuando estaba labrando en esta zona.
Y pasamos a la partida de las Catalanas, encontrándonos en el puntal del Ballistero el de José Luis el Octavio. Aquí también se quedaban en la época de la cosecha, en verano, aunque tenían que bajar al pueblo porque había huerta que atender. Esta zona iba más zaguera al ser más alta. Era economía de subsistencia, sobre todo vino, cereal y olivas. “En el pueblo era rara la casa que no tenía trul. Molinos de olivas había cinco en el pueblo”.Nos encontramos con uno de los pocos mases en activo, el edificio actual se ha ampliado para tener el ganado, es el de los Pertoles, antes corral y mas con era. Es el mismo dueño que tiene otra masada un poco más adelante, edificación que está al lado de la de Víctor Zaera el Figa; su padre, un hombre muy trabajador, decía que trabajaba él más por la noche que otros “en tol día”.
En la misma partida de las Catalanas está el mas de los Chatos, donde se produjo el incidente que nos relata Ángel. Una chica iba a coger suministro de La Mascarada y a la altura del mas de los Chatos vio a don Tomás, el farmacéutico, con su burra, apoyado en la pared con dos personas, que ella creyó que eran maquis, por lo que pensando que se lo iban a llevar bajó al pueblo a dar la voz de alarma y acudieron, comprobando entonces que era la Guardia Civil.Vamos a la Pardina, un mas que tenía pozo de agua. La propietaria actual es Pilar la Moneva. Había otro, ahora caído, el de los Chaparros y bajando hacia el Ballistero está el de los Ronquillas y el de los Rayes, pero esos dos no los vemos, están en la partida de la Gradera.
Sin abandonar las Catalanas, nos acercamos al mas de Ángel, el mas de los Gatos, herencia de los abuelos. Le preguntamos por la distancia hasta el pueblo y nos dice que en torno a una hora, pero recuerda que una vez tardó un cuarto de hora: “Lo único que se acababa en la masada era el vino. Un día mi padre me mandó a buscar al pueblo y me dijo ¡quédate a dormir allí y vienes mañana!... yo bajé ligero todo el camino, campo a través, joven y como ahora, que van corriendo, y al poco rato ya estaba en el mas”.
Nos muestra el interior, el fuego bajo, la cama, el banco de guisar con el aparador encima, la mesa donde se ponía el perolo –“un tropiezo de carrasca y todos alrededor”; la carnera y el armario de guardar las cosas. “Mi padre y yo cogíamos en la cama –la pajera- y si había más gente, se subían a la pajera de arriba. Hay un candil y nos cuenta que también servía de candil una patata, se hacía un agujero y ahí se ponía el aceite…; de torcida, un trocico de beta blanca de los calzoncillos (beta de achavo). Al lado de la puerta de entrada, las piedras donde cenaban “a la luz de la luna” y la piedra que marcaba el mediodía cuando le daba el sol.
Tenían ovejas; cuando las llevaba el pastor, unas cincuenta, pero luego, cuando iban por su cuenta, hasta 400.
Nos cuenta que su tío, Gregorio Dolz Tomeo, republicano, fue a la guerra por sus ideales. Volvió y estando escondido en su masada la Guardia Civil lo arrestó por un chivatazo. Con aire socarrón presumía de tener la firma de Franco, y continuaba: “¿Sabes qué ponía arriba? ¡Está usted condenado a muerte!”. Se la conmutaron por 30 años de cárcel, que por amnistías se quedaron en la mitad, y en el último estuvo en libertad provisional. Por ello pasó 14 años en la cárcel, “14 semanas... santas -como decía él- por ayudar a un ciego a pasar la calle”.
La despedida de la partida de las Catalanas es el mas de Domingo el de Marrueco.
Y pasamos a la partida del Cabezuelo. Al lado del puntal nos encontramos con dos mases juntos, el de los Potas y el de José el Chaparro. También aquí se quedaban a dormir.
Más adelante está el de José el Carruchín, un lugar donde se produjeron varios sucesos luctuosos, un pastor se ahorcó y el padre de José murió al volcar el carro en la era. El mas de las Puntilleras, en la misma partida, también tiene varios dueños.
Nos vamos ahora por la carretera a la Nevera, en la partida del Capitán, donde estaba el mas del mismo nombre, hoy caído. Al otro lado de la carretera (izquierdo), ya es término de Los Olmos, el monte de Los Olmos.Y accedemos a la partida de la Muela, donde hay un montón de masadas: el mas de Loscos, el de Lorencico el Gañano y el del tío Vicente el Rincón, que fue quien enseñó el dance y logró su recuperación.
Llegamos al Rincón de la Fuente Pelín, que no se ha secado nunca. Están las casetas de Lorencico el Gañano y los Carrañas.Hay una zona fronteriza entre el Collao y la Muela, ahí está el mas del Collao, se mantiene la masada y se ve a su derecha un corral muy grande, hoy caído. En la masada había tres edificios, actualmente quedan el de la Joaquina y el de Zaera. A lo lejos se ve una caseta, que es de Ángel. Esta zona se llama el Rincón de los Ruchas. La parte blanquecina de la Muela se denomina “los blanquizales” y, en lo más alto de la Muela, se ven las almendreras. Hay una estupenda vista desde lo alto, que será motivo de una nueva excursión.
Siguiendo la carretera, a la izquierda, está la Muela Redonda, por ahí está la ermita de San Cristóbal, de La Mata de los Olmos.
En esa misma zona está la masada de los Berzas, de Antonio el Lolo y Agustín el Rubio. También en la partida del Collao, antes de la granja, está la masada de los Pelines. Vemos la masada de los Anselmos (el mas del tío Hilario), quemada por una tormenta seca de verano.
Por la carretera, volviendo, a la izquierda hay dos mases, el de Víctor Zaera y el de Casiano. Y de ahí para abajo hay cuatro: el de Luis Comín, el de Manolo el Barato, el del tío Tetuán –José Gaspar- y el de los Sanzes –José María-.
Y con este recorrido, hemos terminado la partida de las Catalanas y las Muelas.
Por la carretera, de vuelta a Alloza, vemos la corraleja del tío Marroso; la masada de los Pansos, que está en uso, actualmente es de Miguel el Bofa; la masada de Minguillón –el tío Valero el Simón- ; la Pardina a la izquierda y a la derecha la del Boto.
Los pestillos que todavía quedan en muchas puertas de las masadas, la mejor cerradura artesana, llave y llavín de madera, dejan una sensación doble, de tristeza y abandono
Al estar los mases próximos al pueblo, se vivía en el pueblo habitualmente y allí los chicos iban a la escuela. Si los padres se iban al campo, se quedaban al cuidado de las abuelas, aunque en la época de siega, la mujer y los chicos acudían al campo… “De bien chico, a labrar, que no podía girar la esteba”. Ángel nos dice que cuando había que ir a trabajar al mas, recién nacidos los chicos, los echaban en el esportón y en el campo los ponían en una sombra, y los grandes ¡a trabajar! Se quedaban en los mases porque con las bestias se aprovechaba más, se evitaba ir y venir al pueblo. ¡Te levantabas por la mañana y a enganchar!, se trabajaba unas tres horas –la juñida- y a almorzar; otras tres de trabajo, y a medio día a parar de nuevo y a comer. La referencia al mediodía no era con reloj, sino con hitos como “cuando en el Carnicero empezaba a dar el sol, o cuando daba el sol en esta piedra o en tal pared”. Las dos épocas fuertes de vivir en los mases era para el cereal: en la época de labrar y sembrar solo el hombre y las caballerías, y en la época de la cosecha, la siega y la trilla, toda la familia, con los chicos, que ya no tenían escuela. Para la oliva, no solían quedarse en los mases, iban al pueblo. Nos cuenta Ángel que, para aprovechar, en verano se levantaban con la luna y ya se ponían a segar. En cada masada se ocupaba el lugar según la faena que se tuviera que hacer, siendo especialmente cuidado el lugar del descanso, de la comida, un lugar fresco en verano y a cubierto del viento y al sol en invierno, en cuesta suave para poder descansar.
Todos los mases tienen su corral con la zona techada y “el raso”. Ángel nos explica que lo habitual era tener un pastor entre varios, “se iba a meses de ganao, 14 ovejas, y se pagaba al pastor, en proporción, de todas las cosechas: trigo, aceite, y alguna perra”. El pastor prefería llevar menos ovejas y de muchos, porque así podía pastorear mejor el ganado, que podía comer las hierbas de muchos campos; el pastor debía conocer todas las fincas de los que llevaba ganado para poder meter las ovejas y se arreglaban entre ellos para que fuera justa la proporción. Sin embargo, la utilización de las parideras y los corrales era comunitaria; si un pastor estaba con el ganado por una zona, encerraba allí y en ocasiones algunas masadas tienen “el raso” partido, por lo que podían encerrar dos ganados. Los ganados llevaban cabras, la cabra es guía para el ganado porque la cabra “deseguida movía y así arrancaba el ganao”. El fiemo (estiércol de las ovejas) o sirria (de las cabras) lo recogía el dueño de cada corral, para abono.
(II) En esta ocasión nos acompaña otro entusiasta de su pueblo, Blas Villanueva Lázaro. Hay una forma fría de describir o definir el territorio, en nuestro caso tenemos la suerte de poder escribir lo que una persona como Blas nos transmite: un territorio vivido. Cada mas, cada partida, cada espacio tiene una historia, unas secuencias, unas anécdotas, unas curiosidades, que reflejan esos jirones de vida que se van despegando de la memoria de Blas y comparte con nosotros.
Salimos por el camino de la Val de Berna, donde había una fuente y un abrevadero hoy desaparecidos por efecto del sondeo. Nos encontramos con el mas de Bersabé, en la partida de Los Corrales. Por la distancia al pueblo, este es uno de los muchos mases en los que solo se pernoctaba en época de cosecha, para ahorrar tiempo y trabajo.
En la partida de La Chupeda está el mas del tío Muniesa. Había en origen dos mases con el corral en medio, la era estaba arriba. Se quemó en el último incendio y todavía quedan unos cuantos pinos sin quemarse, por efecto del arremolinamiento del aire.
Pasamos por el corral del Raboso, en el camino que se utilizaba para ir andando al pantano y al molino y llegamos al mas del Tolis, el de Blas. Nos dice que el nombre es el apodo del abuelo, Miguel Lázaro Magallón: “Como había tantos Migueles, el apodo ‘el tío Tolis’ dio nombre al abuelo y al mas”. La parte de piedra que todavía se conserva, es la que corresponde al mas del abuelo, con la distribución al uso: el sereno o raso, al que se accede por la puerta original; una puerta que da acceso al cubierto donde se encerraban los corderos y otra puerta para las caballerías. Por RIMONIO 23 unas escaleras se sube al mas. La era está en la parte de arriba. Abajo, un manantial (“Con poca agua pero segura”) llena la balsa y con ella se riega el huerto.
Hay abundantes nogueras, almendreras, viña, cereal… y, cuando se desplazaba allí toda la familia, había corral completo: gallinas, conejos, cerdos…
Recuerda en el tiempo de verano a su abuela, que les ofrecía chocolate hecho -“Cuando quitéis unas piedrecitas”- y sus migas a la pastora. Una receta que él recuerda, y que sigue haciendo como ella, es “flor de calabaza”:
Se prepara un sofrito de tocino con ajico, se echa la patata, cuatro trozos de calabacín tierno, unas cuantas judías verdes a trocicos –lo que había en el huerto- y la flor de la calabacera, que -como se cuece pronto- se echa al final.
También recuerda cómo se estiraba el guiso cuando llegaba alguien de forma inesperada: “Un chorretón de aceite y un puñao de fideos o de arroz”.
Seguimos el camino del pantano por la zona de la balsa de Santano. En lo alto del camino se ve el mas y la ombría de Cristo y arriba la Fuente Amores, con una carrasca que tiene tonalidades rojizas -“Por el medro que echa y los gatos” (lo que ha crecido en ese año y la flor)-. Siguiendo la pista, a los 8 o 10 kilómetros, llegamos al pantano, propiedad del Sindicato de Riegos. Del río para allá es Oliete, aunque la huerta es Monte Alloza en cuanto a propietarios, pero la contribución se pagaba y se paga en Oliete, siendo el aprovechamiento de las tierras de Alloza. Nombramos las construcciones y mases de la zona.
Casa del Pantano. Aunque no era un mas, el pantanero tenía que atender campos y huertos, ser agricultor y ganadero ya que el sueldo de pantanero no era suficiente, por lo que hacía las funciones de mas y tenía otras dependencias además de la casa: corrales, graneros, horno… Vivía toda la familia todo el año, los niños iban a la escuela de Los Mases de Crivillén y Blas recuerda a los últimos, Pedro y Ramona Sales Lorén, porque sus padres, Marcelino y Teresa, eran los pantaneros, quienes empezaron viviendo en las masadas del Pantano -la actual, enfrente-, donde vivían gente de Alloza y unos de Molinos. Tanto esas masadas como el molino eran del mismo dueño, que lo arrendaba a dos familias, “los molineros y los masogueros”. Abajo se molía y arriba tenían la vivienda (el último molinero fue el tío Lerín, que había venido de un pueblo de la sierra). El agua del río se desviaba a la acequia y caía al cubo, moviendo el rodete para obtener la fuerza motriz necesaria para mover las muelas: “Alloza tenía ‘agua abierta’, si bajaba por el río, a regar… Se tenía derecho al aprovechamiento de las PATRIMONIO 24 aguas. La medida del caudal era ‘la muela’, equivalente a lo que se necesitaba para moverla”.
La casa del Señorito. Aunque está en término de Oliete, lo incluimos en nuestro recorrido ya que pasamos por ahí y Blas nos cuenta que hubo un señorito de Barcelona que utilizó la casa “para hacer dinero falso” y se dedicó a trapichear, pero lo cogieron preso y la casa se desmontó. Tenía casa y corral.
Volvemos a cruzar el río y ya estamos en Alloza de nuevo. Pasamos por el barranco Costera, donde va a parar el agua del Santano, y por Valdecerril. De vuelta al pueblo, se ve la peña El Barco, llamada así por asemejar la roca la proa de un barco y la cueva del tío Rincón, donde se podían encerrar cuatrocientas cabezas de ganado. Se llama la zona Los Rincones y la parte de arriba “Planipilas”, lugar de repoblación forestal que antes eran roturas. La zona es espectacular, es tierra “batán y relicario”, hay coscollas, sabinas (de las que se hacían los barrochos para los quintos), jaras, artos (con su madera se hacían los badajos de los esquilos y las “pinchas”, que servían de palillo para sacar los caracoles), cachurreras, aspillas, ontina, cardo panical (que se ponía en el sombrero para no escaldarse), latoneros (con su madera flexible y dura se hacían los mangos de las azadas, las gayatas y las horcas, cortándola en el menguante de enero y doblándolas con un molde cuando tras pasar por el juego se quedaba flexible la piel y no saltaba, cogiendo así la forma deseada).
Desde aquí se ve el Castelillo de Alloza. Blas recuerda que, cuando era crío, Purificación Atrián excavaba la zona de Los Corrales y que en el cine Español, en la plaza, pusieron las diapositivas con los descubrimientos. También recuerda que su abuelo le contaba que cuando se hundió, en el 46, se dieron cuenta de que eran espacios huecos.
Salimos a la carretera a Ariño y Oliete, es la zona de Los Corrales, Val de los Trillos, la Catarra. También había una fábrica de harina, hoy desaparecida.
Se distingue bien en el monte la aljecera: “Está en Monte Oliete, pero es de Monte Alloza por un acuerdo entre pueblos; se podía sacar el aljez, pero no se podía cocer allí, por eso la yesería estaba abajo, en el término de Alloza. Este yeso, bien trabajado, era muy fuerte, se te moría en las manos”. La yesería está en desuso.
Mases de los Botos, en la partida del Plano del Río. El dueño tenía tres hijos e hizo uno para cada uno, tal como están ahora. Se quedaban a dormir solo cuando había que regar o hacer faenas como entrecavar o segar alfalces. Se tenía de todo: maíz, hortalizas, remolacha, patatas, judías, tomates, pepinos, calabazas…, y de fruta, abundante de la que se conservaba, manzanas sobre todo y peras, melocotones, ciruelas, matachicos y alguna cereza, fruta perecedera, menos abundantes.
Blas nos cuenta que el domingo del Ángel, el primer domingo de septiembre, se pasaba el día en el río, toda la familia y las cuadrillas de jóvenes, quienes engalanaban los carros con hierbas y subían cantando al pueblo, tradición que él vivió de 6 o 7 años y ya no existía cuando era joven. También desapareció aquí la masada de los Masogueros.
Mas de los Enselmos. Se distingue muy bien el tapial, obra de origen árabe, “tierra prensada que se encofraba con aljez, se hacían las junturas y se quedaba moldeado, al quitarlo quedaban los bloques grandes; como no tenía poros, porque era tierra compacta, aislaba del frío y el calor. Era la forma de construcción de los mases. Me acuerdo del camión de los Romualdos, “La Forcacha”, que era el que repartía el aljez”.
Mas del tío Muniesa. Del mismo dueño que el otro mas, pero este en la partida de Fogañán. De aquí a La Chupeda hay 10 días de diferencia, de 500 a 700 metros, la altitud es lo que marca la diferencia. Se trabajaba primero aquí y luego se iba al otro. Tiene un balsete de agua de cielo.
Nos marchamos ya y pasamos por la zona de El Gorrinero, con corral, Las Naves, El Lioso y se llega a la Val de Ariño, donde estaba la Peña Palomera y Las Pilas, que era zona de viña. Lo compró Luengo y se hizo explotación de cielo abierto y luego de recuperación. Volvemos a Alloza por la ombría del Galindo, zona de casetas, corrales y parideras.
Nuestra última visita es al mas de la Chilroya, que Blas llama “casa de la tía Gloria”, que era una edificación antigua de piedra seca, hoy remodelada, con unas vistas excelentes del pueblo y el monte. Cerca estaba la Cueva del tío Gregorico, donde se encerraba el ganado. Y también Carrabalá, en la zona de Val de La Cueva, un corral para encerrar los ganados en otoño, cuando no criaban, para aprovechar “la bellota de la sanmiguelada”, las bellotas y coscojas de El Carnicero y la Picueza, la Zipota, Trascabezo y Fuennavarro. En las dos cuevas se podían guardar hasta 400 ovejas.
Los mases de Alloza tienen corral “de puerta abierta”, lo que indica una forma de trabajo: el pastor recibía las hierbas de ciertos campos, con la obligación de encerrar en el corral del que daba las hierbas, por la importancia del fiemo generado, en una época en que ese era el único abono existente. Blas lo define muy bien: “Mientras batía una finca, obligación de encerrar”.
Había “pastores de aparcería”, que llevaban ganado de varios dueños además de las ovejas propias. El “arreglo”, tal como recuerda Blas, era anual, y se aportaba material comestible (vino, aceite, judías) para mantener a la familia. Luego ya se pagaba por oveja, al mes. La venta también se organizaba de distintas maneras y cada dueño vendía sus ovejas como y a quien consideraba oportuno.
Había dos formas básicas de venta:
- A ojo, mirando, porque a veces como no había mucho alimento, echaban la corderada detrás, al monte, con la madre, y cuando llegaba San Juan, se quitaban y se castraban; las ovejas pesaban 35 o 40 kilos y se iban matando paulatinamente para casa. Por poco que valiese, a peso subía mucho el capital y los carniceros no querían comprarlos. Además, la lana tapa si el animal está gordo o flaco y ya tenían mucha en ese tiempo.
- A peso. Cuando eran más tiernos los corderos, se arreglaban así.
Preguntado por la fiabilidad del sistema de pesado, Blas nos explica que a veces se hacía con dos romanas o bien el pastor previamente hacía un tanteo con su propia romana para saber si la del carnicero pesaba bien o estaba trucada.
Cuando acabó la guerra, no se podía pagar rento ni darse vida y para no pasar hambre, la gente iba a los mases, donde se pasaba con lo que había, se criaban pollos, conejos, los masogueros iban al ganao y se trabajaba el huerto y la tierra. Los chicos que iban a la escuela, en verano, para no hacer rastros, se les ponía a ayudar en alguna casa, por la comida y al final de la temporada algo de ropa…, eran los “agosteros”, que ayudaban a trillar, por ejemplo. Eran otros tiempos.
EL CELAN (Centro de Estudios Locales de Andorra) tiene como objetivo la investigación y estudio de los diferentes aspectos de la realidad cultural de Andorra y su ámbito comarcal, así como la defensa del Patrimonio Artístico e Histórico.
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