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Gimeno Benedicto, Salvador

Salvador Gimeno Benedicto fue vigilante de las minas de carbón de Val de Ariño desde que se asentó en dicha localidad en 1922 hasta su jubilación en 1953. En el año 1952 se le concedió la Medalla del Trabajo, que le fue impuesta por el ministro de Trabajo de aquel entonces, D. Antonio Girón de Velasco, el cual se desplazó al pueblo de Ariño para hacerle entrega de la misma. 

El ministro de Trabajo, J. A. Girón de Velasco con Salvador Gimeno en Ariño
El ministro de Trabajo, J. A. Girón de Velasco, con Salvador Gimeno en Ariño.

Biografía 

(Reproducción íntegra del artículo firmado por Pedro Alcaine publicado en el BCI n.º 17 citado en la bibliografía)

 

Salvador Gimeno nació en Montalbán el día 16 de octubre de 1889 y casó, en primeras nupcias, con D.ª Bárbara Mallén, la cual falleció al poco de tener su primer hijo, llamado Juan Pablo. Ya en Ariño, el Sr. Salvador volvió a casarse con D.ª Engracia Lahoz, también viuda, la cual tenía una hija, llamada Francisca Burillo. De este nuevo matrimonio nació un hijo, al cual le pusieron por nombre Félix.

A principios del año 1920 la Sociedad General Azucarera de España (SGAE) se hizo cargo de los trabajos y derechos de explotación que los Hermanos Tayas tenían en Val de Ariño, así como del aprovechamiento de todas las instalaciones, tanto industriales como domésticas, que esta sociedad de los señores Tayas tenían en Ariño.

Una vez realizados los estudios previos de asentamiento de los trabajos mineros en esta cuenca que acababan de adquirir por medio de un alquiler para veinte años, se vieron en la necesidad de contratar a un buen profesional, capaz de dirigir en el día a día las labores de explotación de estas minas. En aquellas fechas, la actividad minera en la zona de Utrillas venía desarrollándose desde hacía ya muchos lustros, por lo que se desplazaron a Montalbán en busca de mineros especialistas y allí contactaron con un vigilante de mucha valía llamado “Reimundo”, al que le ofrecieron el cargo de Vigilante General de las minas de carbón de Val de Ariño, cargo que aceptó debido a las buenas condiciones económicas ofrecidas. Tras cierto tiempo dirigiendo las labores mineras de SGAE, el señor “Reimundo” solicitó a mediados del año 1922 la ayuda de su hermano Salvador Gimeno Benedicto, que trabajaba en las minas de la Cuenca Minera Central como vigilante.

Pronto este señor por la formalidad, el trabajo, la nobleza y el carácter bonachón, así como por la rectitud y el buen trato con los trabajadores a su cargo, adquirió gran resonancia entre las gentes del pueblo, que rápidamente lo acogieron en su círculo, considerándolo como un vecino más, tanto es así que lo bautizaron con el nombre cariñoso del tío Salvador, el Gordo y para abreviar, el “tío Gordo” (hay que considerar que en aquellos tiempos la anteposición de “tío” era signo de confianza, cariño y respeto, en cambio la palabra Sr. era signo de respeto, pero no de confianza y cariño, lo que suponía no ser acogido dentro de la vecindad del pueblo).

A medida que pasaba el tiempo, la dirección de la empresa minera de aquella época fue depositando su confianza en el tío Gordo y pronto los trabajos mineros de Val de Ariño pasaron a depender exclusivamente de él, ya que su hermano “Reimundo” se fue retirando, dejando casi la totalidad de sus responsabilidades mineras en manos de su hermano.

 

Durante aquellos años, anteriores a la Guerra Civil Española, el colectivo minero de estas minas en su mayoría estaba formado por agricultores y éstos, en época de recolección, faltaban a menudo al trabajo. Muchos no se molestaban en avisar de su falta al tajo en estas fechas y sus bajas podían durar más de un mes, ya que para aquellas gentes eran mucho más importantes los trabajos agrícolas que los trabajos mineros. Todos estos problemas, junto con los propios que conlleva cualquier explotación minera, perjudicaban enormemente la actividad y buena marcha de estas minas y solamente personas privilegiadas como el tío Gordo eran capaces de coordinar y suavizar en todo lo posible este gran inconveniente, ya que para ello el saber cuáles eran las labores más importantes y rentables que no se podían parar, así como el conocimiento de la valía de cada persona que quedaba trabajando en la mina y la autoridad bien ejercida sobre este personal hacían que estas labores productivas en las fechas de recolección funcionasen al ritmo deseado.

Durante cierto tiempo de la Guerra Civil, el pueblo de Ariño quedó en situación colectivizada, por lo tanto la mina también, y el tío Gordo, al mando de un grupo de mineros, trabajó en las minas en beneficio de la Comuna que se formó en Ariño, que vendía el carbón a la Generalitat. El rendimiento de este trabajo minero mejoró considerablemente el estatus de esta Comuna, ya que mientras los grupos colectivizados de otros pueblos tenían que vivir de los productos extraídos tanto de la agricultura como de la ganadería, la Comuna del pueblo de Ariño disfrutaba de una buena entrada de dinero por la venta del carbón, lo cual hacía posible en aquellos tiempos de tanta necesidad la adquisición de prendas de vestir y de abrigo, así como otros productos alimenticios y de menaje, que repercutían en beneficio de las gentes de Ariño.

Posteriormente, durante la toma del pueblo de Ariño por las fuerzas de Franco y después del paso de la primera oleada de bombarderos, casi todos los habitantes del pueblo huyeron despavoridos a refugiarse unos en bodegas o cuevas del monte y los que más en las minas. El tío Salvador el Gordo se hizo cargo de estas gentes, las fue refugiando por grupos en distintas galerías de la mina, con doble salida para caso de emergencia y durante el tiempo que estuvieron en estos lugares subterráneos las visitaba constantemente, dándoles ánimo y confianza.

 

A principios de 1940, terminada la contienda, se hizo cargo de estas minas la Sociedad Anónima Catalana Aragonesa (SAMCA) y el tío Salvador continuó al frente de estas explotaciones de val de Ariño manteniendo, como siempre, su buen carácter y dominio del personal. Durante esta década de los 40 y primeros años de los 50, la personalidad, el carácter bonachón y su entrega en el trabajo fue igualmente reconocido por la nueva dirección de SAMCA, que depositó en él su confianza, a pesar de los nuevos cambios que esta empresa minera estaba realizando en unas instalaciones en las que hasta los años 40 la mecanización y electrificación habían brillado por su ausencia; cambios que exigían la contratación de personal especializado en las materias anteriormente mencionadas y que, asimismo, exigían que el Encargado General de estas minas cambiase de chip (ejercicio difícil para realizar por una persona de casi 60 años, que a lo largo de tantos años había trabajado dirigiendo unas minas con los medios más rudimentarios de aquella época). Pues bien, el tío Salvador, el Gordo, supo adaptarse a esta nueva situación, consiguiendo el aprecio y el respeto tanto de la dirección y gerencia de la empresa como de los nuevos técnicos y especialistas mineros.

Esta entrega absoluta y su buen hacer a lo largo de tanto tiempo en el trabajo, (aparte, claro está, de la satisfacción que supongo tendría del deber cumplido) tuvo su compensación en el año 1952, cuando le fue asignada la Medalla del Trabajo, que le fue impuesta por el ministro de Trabajo de aquel entonces, D. Antonio Girón de Velasco, el cual se desplazó al pueblo de Ariño con todo su séquito, en un gran acontecimiento para la historia de este pueblo. (Por cierto hace unos días, iba yo paseando con mi mujer por un camino agrícola y me encontré con un buen amigo mío, yerno del tío Salvador el Gordo, y al pasar por unos huertos me dijo: “¿Ves aquel bancal con aquel presquero?, pues ése lo compró mi suegro con las perras que le dieron cuando la medalla”. Sirva esto solamente como curiosidad.)

Salvador Gimeno, que a lo largo de más de treinta años trabajó con absoluta y total dedicación en estas minas de Val de Ariño, se jubiló el 28 de febrero de 1953 y recuerdo que, cuando yo entré a trabajar en estas minas en septiembre de 1957, la sombra del tío Gordo aún pesaba en ellas, recordándolo muchos con añoranza y cariño, y algunos me decían con orgullo: "Esta galería la hice yo con fulano de tal y nos la mandó hacer el tío Gordo". Y continuaban diciéndome: "Qué bien se trabajaba con aquel señor".

En aquellos tiempos del año 53, la mayoría de los mineros jubilados de Ariño dedicaba parte de su tiempo -como hobby algunos y otros por necesidad- a trabajar en la agricultura; yo al tío Salvador no lo veía a menudo realizando este menester, en cambio sí que lo veía frecuentemente paseando y hablando con la gente, que lo seguía apreciando como antes, y jugando al julepe, juego al que fue gran aficionado durante toda la vida, aunque, por cierto, debía jugar bastante mal, porque casi siempre perdía. Recuerdo también que, durante los primeros años de la década de los 70, cuando yo me hice cargo de estas minas de SAMCA en Val de Ariño, el Día de Santa Bárbara, patrona de los mineros, me acompañaba a presidir los actos celebrados en honor a nuestra patrona, luciendo con orgullo en la solapa de su chaqueta la Medalla del Trabajo, justamente merecida años atrás.

 

A largo de los años de su vida activa, las anécdotas ocurridas en las minas fueron muchas y variadas y algunas de ellas están relacionadas con su carácter bonachón. Para no hacerme pesado, voy a contar solamente una de principios de los 40 cuando, unas veces por falta de dinero y otras por escasez de productos, no se podía comprar aquello que se necesitaba. Pues bien, tres mineros del pueblo de Ariño estaban realizando el avance de la galería la Solana y no habían podido fumar en toda la mañana por no llevar tabaco ninguno de ellos (en aquellos tiempos se fumaba dentro de la mina); de pronto, a eso de unos 200 metros, vieron que venía un minero con el candil en la mano y en la forma de andar y bracear, rápidamente reconocieron que el vigilante era el tío Gordo.

El primero de ellos musitó en voz alta: "¡Qué a gusto me fumaría un cigarro si me atreviese a pedírselo!”.

"Mira, y yo el humo me lo tragaría hasta las entrañas" -dijo el segundo.

"Esperaros -habló el tercero-, que cuando llegue, le voy a recitar un pequeño romance que me estoy inventando y por narices éste nos da un cigarro y, si no, a las pruebas me remito".

Así es que, cuando llegó el tío Salvador y una vez dichas las palabras de rigor que se pronunciaban siempre que un vigilante llegaba a un tajo, este minero se plantó delante de él y le dijo lo siguiente:

Con estas manos de plata

y esta boca sin pecado

¿no hay quien preste una petaca

para liar un cigarro?

El tío Salvador, al oír aquella alusión, se echó mano al bolsillo del chaleco y rápidamente le contestó: '"Mecagüen el Peñón de la Gomera mil veces, aquí está la mía y hacerlo bien gordo". Un trabajador de aquellos me contaba años después en la mina, que él se hizo un cigarro tan gordo que se le reventaba y parte de aquel cigarro se lo llevó a casa para terminárselo de fumar después de comer.

 

Para terminar me gustaría remarcar que Salvador Gimeno Benedicto (alias el tío Gordo) y otros personajes como él deben ocupar un lugar muy preferente en el libro que recoja la historia del pueblo de Ariño.

Referencias bibliográficas

  • Jueves, 28 Noviembre 2019

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