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Garay, Joaquín Fernando

Joaquín Fernando Garay (Alloza, 1755-1810). Considerado el introductor de la patata en España, unos siete años después de que Parmentier lo hiciera en Francia.

Hacia 1793 Garay transportó patatas desde Francia al valle de Benasque, concretamente, al pueblo de Villanova, partido de Boltaña, donde se harían los primeros experimentos de plantaciones de este tubérculo. El rey de España, Carlos IV, agradeció a Garay su ejecutoria y en un pergamino que extendió al efecto encomió su persona y le concedió prerrogativas y honores como benefactor de la patria.

Biografía

(Reproducción íntegra del artículo firmado por Josefina Lerma citado en la bibliografía)

 

Joaquín Fernando Garay nació en Alloza el doce de julio de 1755. Hace unos años, algunos de sus descendientes conservaban su retrato al óleo y un arrugado pergamino, extendido por el rey Carlos IV, por el que se le concedían prerrogativas y honores en agradecimiento a unos servicios. La reseña con esta noticia apareció en la primera edición de la Gran Enciclopedia Aragonesa. Garay había transportado patatas desde Francia al valle de Benasque, donde hizo experimentos de cultivo, hacia el año 1793. El óleo fue obra de un pintor llamado Ramón Orgizu, y parece fechado en 1805. El maestro Arturo Fernández Cáncer, autor del artículo, añadía que, pese a la importante difusión que tuvo ese alimento, el nombre de su introductor no se hizo público y quedó olvidado.

Por el momento, no sabemos más de ese viaje a Francia. Sin embargo, se conocen otros fragmentos de la vida de este personaje con los que empezar a recomponer su historia. Dos días después de su nacimiento era bautizado por Sebastián Garay, un anciano clérigo hermano de su abuelo. Joaquín fue el segundo de los seis hijos de Matías Garay y Manuela Loscos. Descendían de una acomodada casa de hacendados y ganaderos, con criados y pastores a su servicio, aunque durante una época ciertas dificultades les obligaron a vender ganado y contraer deudas. La familia vivía en la calle Carraplano, un hecho que da pie a dos comentarios.

El primero se refiere a una cuestión no explicada. Garay se hacía llamar Garay de Oca. Esa firma figura en muchos documentos: Joaquín Fernando Garay de Oca. No sabemos de ninguno de sus hermanos o parientes conocidos que usaran el apelativo "de Oca". Ni si tiene relación con un escudo conservado en Alloza, que pudo ser el de la familia y que indicaría cierta ascendencia nobiliaria. Es un gran escudo de piedra, que se encontró cubierto de hollín, arrimado a la pared de una chimenea, a la que debió de proteger de las llamas del hogar durante años, en una casa de la citada calle Carraplano.

El segundo llama la atención sobre otra familia muy rica (también su ganado era numerosísimo) y muy poderosa, apellidada Alfonso, que guardaba un lejano parentesco con los Garay y vivía en la misma calle. La convivencia entre las dos familias sufrió graves sobresaltos. Y este aspecto conflictivo del escenario familiar pudo haber influido en el desarrollo de algunos de los proyectos de Garay. En el año 1784, ahora veremos en qué condiciones, Joaquín denunció a la familia Alfonso por concentrar todo el poder municipal: el padre era depositario; uno de los hijos, alcalde y abastecedor de carne; otro síndico..., y así había ocurrido durante algunos años.

Por entonces, en Alloza vivían unas dos mil personas y el lugar pertenecía al corregimiento de Alcañiz. Situado en un pequeño promontorio, a su alrededor se extendía un amplio cuadrado de ricas tierras, rodeado a su vez de elevadas colinas que suavizaban el clima. Desde el pueblo se veían campos de cereales, bancales con olivos y viñas, algunos frutales, nogales, moreras y almendros. Según informes elaborados por el propio Joaquín Garay, a las cosechas citadas se añadían tejidos de lino, cáñamo y seda, importantes cantidades de cera y miel, así como unas reputadas minas y fábricas de alumbre. Existía también una Escuela de Gramática Latina, que llegó a ser muy afamada. El maestro más sobresaliente era Domingo Milián, un clérigo capellán de la parroquia, que tuvo a su cargo cientos de alumnos que procedían de los pueblos del contorno y también de lejanos lugares. Joaquín y todos sus hermanos asistieron a esta Escuela.

Joaquín Garay dejó huellas en diversos documentos, sobre todo relacionados con la notable actividad científica y económica que desarrolló en la Real Sociedad Económica Aragonesa de Amigos del País, a la que pertenecía desde septiembre de 1777. Cuando se inscribió era practicante de Leyes en la Universidad de Zaragoza. En los años siguientes, convertido en Abogado de los Reales Consejos, asistió puntualmente a las reuniones de la Económica, donde se interesó por los temas más diversos. No pensemos que esto era lo usual: muy pocos socios desplegaron igual dedicación.

Garay pasó mucho tiempo en la ciudad de Zaragoza durante sus primeros años como miembro de la Sociedad. A los pocos días de ser admitido, dio a conocer un ambicioso proyecto para construir dos estanques en Alloza que permitirían regar buena parte de esa amplia extensión de tierra fértil que rodeaba al pueblo. Aunque al parecer la idea original no había sido suya, Garay defendió este plan durante años. La Sociedad encomendó el estudio del informe a varios expertos. La utilidad de la obra quedaba fuera de toda duda, pero faltaba confirmar su viabilidad técnica y determinar su posible financiación; también se creyó conveniente pedir la opinión del Ayuntamiento de Alloza. Fueron tres cuestiones largamente debatidas en la Sociedad, en la que el tema se trató en múltiples juntas. Las respuestas que llegaban desde Alloza eran contradictorias y no muy fiables.

El montañoso terreno donde se proyectaba levantar las presas, dos barrancos muy próximos al pueblo, fue inspeccionado de forma oficial al menos en un par de ocasiones. En el verano de 1779, los maestros alarifes encargados, lejos de poner reparos, insistieron en el escaso coste de la obra, comparado con la revalorización que obtendrían las tierras y los nuevos cultivos. La empresa, sin embargo, no prosperaba, y solo dio como resultado visible una serie de documentos con diversas alternativas para superar los obstáculos: desde convocar al vecindario a concejo general hasta tramitar una nueva inspección que avalara el plan ante el Real Consejo.

La segunda visita a los barrancos debía realizarla Pedro Ceballos, un arquitecto que cuando recibió el encargo en verano de 1783 se ocupaba de la obra de unas acequias en Calanda. Ese año Garay era alcalde por primera vez y las condiciones para que el asunto saliera adelante parecían, por ello, propicias. Joaquín Garay contrajo matrimonio en aquella época (el 17 de enero de 1784), en Alloza, con Miguela Marqués, hija del rico propietario Pedro Antonio Marqués. Una semana después de su boda, Joaquín estaba de nuevo en Zaragoza. Había pasado el tiempo y Ceballos no cumplía su cometido, a pesar de que fue requerido para llevar a cabo el trabajo en varias ocasiones: en abril, en agosto, en noviembre del 84; en el frío invierno de 1785, cuando trabajaba muy cerca, en Albalate del Arzobispo, y el viaje hubiera sido cómodo. Su omisión no se puede atribuir a falta de talento, puesto que fue nombrado socio de mérito por otros trabajos. Por entonces, en Alloza el ambiente social andaba revuelto. Garay declaró que Pascual Alfonso (quien le había sucedido como alcalde) prefería sus intereses particulares al bien público. Y el mismo año, dos de los clérigos de la localidad demandaron al Ayuntamiento por abusos cometidos en el molino de aceite, donde no se respetaba el riguroso turno que el pueblo había practicado siempre.

En noviembre de 1785, se esperaba la llegada de Garay a Zaragoza para nombrar un nuevo arquitecto. Sin detenernos en más detalles, este modificó levemente el proyecto y el presupuesto, pero en líneas generales aprobaba la idea. Sin embargo, otro socio enumeró una serie importante de objeciones. Garay pidió copia escrita de todo ello, dispuesto a insistir, pero de momento no han aparecido más noticias posteriores que una breve alusión en 1791.

Fueron, por tanto, más de diez años de debates sobre los pantanos que podían construirse en Alloza. ¿Qué dosis de interés, de expectativas o de escepticismo despertó el plan de Garay entre sus habitantes? No lo sabemos. Pero parece claro que al margen de las pegas técnicas que presentaba la obra y que preocupaban al vecindario (si se llenarían o no de barro las presas, si existía algún riesgo para la población en caso de rotura), intervenían otros elementos, como la citada financiación: ¿cómo comprometer un supuesto sobrante de fondos municipales, tan variables y dependientes de las cosechas, de la economía local, en general? Pero ese escollo era el que se trataba de salvar al requerir la ayuda del Real Consejo, y no hubo forma de presentar el informe definitivo. En algún momento se habla también de que el riego beneficiaría a unos pocos propietarios y perjudicaría a otros: el interés de familias fundamentalmente ganaderas era, sin duda, menor.

De forma simultánea, en esa década de 1780, Garay realizó algunos encargos por cuenta de la Sociedad. Entre ellos, el de acompañar a varios técnicos a reconocer la carretera de la Hoz de la Vieja, un trayecto que debía servir para dar mejor salida al carbón de piedra, el nuevo combustible que la Sociedad intentaba promover. Y elaboró varios informes más: sobre el alumbre local, sobre la cera y la miel que se cosechaba en la zona, sobre diversos pueblos del corregimiento. También decidió hacer una demostración en el pueblo, con seda de su propia cosecha, sobre un nuevo método para manipular el capullo de seda.

A finales de 1791 pidió una certificación de los méritos contraídos en la Sociedad (no era la primera vez que solicitaba una documentación de este tipo) y hasta enero de 1796 no se vuelve a mencionar al ilustrado allocino en las actas de la Económica, cuando se le envía una carta dándole las gracias por ciertas gestiones practicadas en relación con el alumbre. Es en ese intervalo temporal en el que perdemos de vista sus actividades en la comarca cuando al parecer atravesó los Pirineos e introdujo el cultivo de la patata.

De nuevo en casa, en invierno de 1798, Garay plantó 2900 árboles, álamos lombardos y blancos, en márgenes de ríos y eriales del término de Alloza. En julio de 1799 era propuesto para subdelegado de la Junta de Caballería en el corregimiento de Alcañiz y fue nombrado en septiembre. En noviembre, ensaya nuevos cultivos, en concreto el de una hierba de forraje llamada pipirigallo, apropiada para los prados; y en abril de 1802 presentó un puñado de simientes de cacahuete que también había probado en sus tierras. Asimismo se ocupaba de asuntos relacionados con la educación pública en los pueblos del corregimiento.

En los años de final de siglo era alcalde otra vez y estuvo muy enfermo durante un tiempo. En 1798, junto a su hermano Juan Manuel (clérigo y titular de un beneficio), comenzó a construir un molino harinero, que venía a poner fin al monopolio del concejo en esta materia. El proceso fue arduo y la lucha entablada entre la fuerza municipal y los defensores de la iniciativa dio lugar a un pleito civil. En ese comienzo de siglo otro hermano también tenía dificultades, acusado de librepensador y de introducir y distribuir una obra sobre Robespierre.

Joaquín Fernando Garay murió en Alloza el 15 de abril de 1810 y fue enterrado en el cementerio según la costumbre. No tuvo descendientes y encargó por su alma la extraordinaria cifra de ochocientas misas.

Bibliografía

  • Martes, 26 Marzo 2019

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