Ermita de Santa Bárbara, Crivillén
Las ermitas dedicadas a Santa Bárbara son numerosísimas en la provincia de Teruel. La de Crivillén está sobre una colina desde la que se divisa todo el entorno del pueblo y del valle del Escuriza. Muy próxima al desvío de entrada a Crivillén, se puede acceder en coche a través de una pista, aunque el camino romero ascendía por una senda.
Por sus características arquitectónicas, es probable que fuera construida en el siglo XVII. Es un edificio compacto, de nave única, rectangular, con tres arcos de medio punto -reforzados por contrafuertes exteriores- que sustentan la bóveda de cañón fabricada con ladrillo y la techumbre a dos aguas. Las fachadas laterales presentan pequeños huecos, uno entre cada contrafuerte, formados a base de piedra de mampostería y cerrados con alabastro. En cambio, en ambas fachadas frontales hay un óculo realizado con ladrillo, al igual que una parte del alero; el uso de este material podría indicar una reforma posterior a la construcción original.
La puerta de entrada tiene un arco de medio punto en cuya clave encontramos una inscripción casi indescifrable. Según algunos historiadores figura en ella la fecha 1716, pero el arquitecto que elaboró la memoria para la restauración de los años 1990 leyó 1649. Otra posibilidad es que esta dovela fuera reutilizada y provenga de una construcción anterior, quizá de origen judío, como parece ocurrir en la fuente y en algún otro edificio del pueblo. En ese caso, la lectura todavía es más críptica.
La ermita de Santa Bárbara muestra a la perfección una de las funciones de estos edificios religiosos: actuar como talismanes. Las ermitas albergaban a los intercesores contra epidemias y otras catástrofes y formaban un círculo protector para resguardar a las personas y los espacios que habitaban. Igualmente da testimonio de un tiempo de exaltación religiosa que vinculaba la montaña con lo sagrado, que convertía la ascensión a la cima en un viaje metafórico. En esta de Crivillén, ambos aspectos se fundían en su tradición de subir en procesión el domingo de la Santísima Trinidad para bendecir los campos y celebrar misa y diversos festejos, mientras los estandartes de la cofradía de Santa Bárbara (cuyo mayoral obsequiaba a los vecinos con pastas y aguardiente antes de emprender el camino) ondeaban sujetos en los huecos de una piedra.
En el siglo XVIII, “la piedad y limosna de los devotos” mantenían el templo con aseo y limpieza. En el XX, destruido su altar y perdidos los ornamentos, fue abandonada durante varias décadas, hasta su restauración en los años 90.
Bibliografía