Centro de Estudios Locales de Andorra
(Reproducción íntegra del artículo firmado por Josefina Lerma con fotos de Rosa Pérez publicado en el BCI n.º 36 citado en la bibliografía)
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Ermita de Santo Sepulcro y calvario |
Hasta el momento (cuando solo quedaban por visitar las de Alloza y Andorra) en el estudio de las ermitas de la comarca han surgido aspectos como los patronazgos y advocaciones, las leyendas, la relación con el poder político y el ciclo económico, el enclave y la distribución en el espacio, el papel del agua, el anhelo de protección o las manifestaciones festivas. Hemos encontrado edificios medievales, arcos-capilla y pequeñas joyas del barroco; algunas, bien conservadas y otras, a duras penas rescatadas del desastre, ruinosas o desaparecidas. Las ermitas son en cierto modo reflejo de lo que somos, tienen que ver con lo que nos hace vivir y su destrucción puede ser desoladora. Las de Alloza nos llevan a dar un paso más en cuestiones de este tipo: ¿de quién son estos edificios?, ¿vale la pena restaurarlos o consolidar sus ruinas? Y, si es así, ¿cuál debería ser el criterio de actuación?, ¿quién debe tomar la iniciativa?
En época medieval, en Alloza se edificaron las ermitas de San Cristóbal, Santa Bárbara y San Blas, tres de los catorce santos auxiliadores, y entre finales del XVII y primeras décadas del XVIII se sumó al inventario la del Santo Sepulcro. Por entonces, el pueblo disfrutaba de una notable expansión económica y cultural que explica en parte la profusión de altares en la iglesia parroquial, su magnífico calvario y otros muchos “testimonios de su piedad y celo”, como se apuntaba en una visita pastoral. El propio ayuntamiento declaraba en 1760 que estas cuatro ermitas, fabricadas en tierras municipales, eran llamadas “ermitas del lugar de Alloza” y que el pueblo “las mantiene y reedifica; admite y despide a los ermitaños; cuida, rige y administra los bienes y rentas, y recoge las limosnas que hacen la piedad y devoción de los fieles, desde tiempo inmemorial y antiquísimo”. También existían un arco-capilla de San Roque, una ermita de Santo Toribio de Liébana, y cuatro más, dedicadas respectivamente a San Gregorio, Nuestra Señora de Arcos, San Miguel y San Benón.
El calvario y la ermita del Santo Sepulcro son la principal seña de identidad del pueblo y poseen un notable potencial turístico. Con el tiempo han sido objeto de reformas que ponen de manifiesto la necesidad de consensuar una pauta de actuación respetuosa con su simbolismo y antigüedad. En 2008 se iniciaron gestiones para su declaración como Bien de Interés Cultural, pero no se terminaron los trámites y en la actualidad la Asociación de Amigos del Calvario gestiona una significativa restauración.
Las restantes “ermitas del lugar de Alloza” han sufrido un mal destino. La de San Cristóbal está en avanzada ruina, la de Santa Bárbara, desaparecida, y la del patrón San Blas, en pésimo estado, en manos privadas desde 1970. Las capillas de San Roque, San Gregorio y Nuestra Señora de Arcos están bien conservadas, pero tampoco queda nada o casi nada de las de Santo Toribio, San Miguel y San Benón.
Ermita de Santa Bárbara
Las ermitas dedicadas a Santa Bárbara (protectora contra rayos y tormentas, patrona de artilleros y mineros) son muy numerosas en la provincia de Teruel; en nuestra comarca las vimos en Crivillén, Ariño y Oliete. Alloza también tuvo una, edificada en la Edad Media, de la que un puñado de referencias documentales da idea de su importancia. Estaba en la salida del pueblo por el camino de Ariño, sobre una roca en un pequeño montículo. En 1348 una cofradía celebraba en ella tres misas semanales desde la Santa Cruz de mayo hasta la de septiembre. El día de la santa (4 de diciembre) había misa y procesión, se contrataba un predicador y se quemaban velas blancas. A mediados del siglo XIX se empezó a desatender el edificio y décadas después ya no era reconocible, sepultado por cercados y corrales.
Ermita de San Cristóbal
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San Cristóbal: puerta, arco apuntado y óculo. |
El culto a este mártir, invocado como protector de caminantes y en las epidemias de peste, se hizo popular en la Edad Media. Su representación más común es la de un santo barbudo, que lleva sobre las espaldas a Jesús niño y se ayuda de un bastón para atravesar un río.
La efigie de Cristóbal se pintaba sobre las fachadas de las iglesias y en las puertas de las ciudades, mientras proliferaban sus ermitas en atalayas o miradores a fin de que peregrinos y mercaderes recibiesen protección al divisarlo desde lejos. En el siglo XVI su culto sufrió una notable decadencia y solo se recobró en el XX como patrono de los automovilistas. La festividad se celebra en Occidente el 10 de julio.
Esta ermita de San Cristóbal se ajustaba a las pautas generales. Situada en el camino que conducía hacia Alcorisa, a un cuarto de hora de la población, sobre un cerro de cierta altitud, era bien visible desde varias rutas. El templo tenía capacidad para unas cien personas, un notable tamaño para la época y los habitantes (alrededor de 600 en el siglo XV, cuando pudo ser construida).
En la fachada sur, junto a la puerta, sobrevive un trozo de pared tallada en la propia roca, y de momento queda en pie uno de los tres arcos apuntados, de considerable elevación, que sustentaban el edificio y delatan ese origen medieval. En el muro norte hay una ventana que puede corresponder a una antigua salida hacia un cementerio que se extendería a sus pies, en la partida que se conoce como el Fosal. También se aprecia con claridad una especie de altillo o alojamiento del ermitaño, y es probable que los escombros que tapan el hueco de la escalera escondan algún elemento de interés. San Cristóbal protegía la población y los campos, y en el siglo XVII todavía se realizaban procesiones. A finales del XVIII corría riesgo de arruinarse por completo, aunque todavía es citada por Madoz varias décadas después.
El profundo cambio económico y social de las últimas décadas ha despojado de sentido a gran número de ermitas como esta. Son un legado de épocas remotas, nos ayudan a comprender la vida y las aspiraciones de nuestros antepasados, pero no está claro el precio que vale la pena pagar para conservarlas. En este caso, cuando menos, es atractivo darse una pequeña caminata y subir al cerro de San Cristóbal. El pueblo queda a los pies, a la vez próximo y alejado, con una perspectiva bonita. Sus ruinas muestran una especie de tesón y resistencia a desaparecer por completo y quizá merecerían ser consolidadas (hubo un primer paso en 2014, cuando se elaboró una “Memoria valorada para la consolidación y acondicionamiento del entorno de la ermita de San Cristóbal en Alloza” financiada por Instalaciones Lemi, una empresa de la localidad).
Ermita de San Blas
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Ermita de San Blas |
La ermita de San Blas, patrón de Alloza, preside la plaza Mayor. El edificio que vemos se levantó en 1719, siguiendo los cánones del estilo barroco, sobre un templo de piedra mucho más antiguo, probablemente original del siglo XV. Es de una única nave, dividida en dos tramos; el primero, cubierto con bóveda de cañón con lunetos y el segundo, con una gran cúpula sobre pechinas. La cabecera, de planta trapezoidal, se cubre con bóveda de lunetos, adaptada a dicha planta, y en ella se aprecian restos de pinturas murales. A principios de la década de 1960 se derribó la sacristía y desapareció el acceso al coro, que se encuentra a los pies de la nave.
Su fachada está definida por dos grandes pilastras en sus ángulos y una gran cornisa, como remate. En la portada hay un gran vano adintelado, enmarcado por pilastras y entablamento con friso y una pequeña hornacina; una gran puerta metálica sustituyó al arco de medio punto y el portalón de madera originales cuando el edificio empezó a ser usado como garaje. Los muros de ladrillo apoyan sobre un zócalo de piedra y en el lateral de la calle Mayor existe una puerta cegada, de procedencia barroca. En 1847 el municipio financió la construcción de un triple campanario en la fachada, una esbelta espadaña hoy desaparecida.
En la historia de esta ermita hay dos hechos que se repiten y que, por otro lado, son frecuentes en otras poblaciones: la decadencia del edificio, relacionada con sucesivos rectores que no alentaron la celebración de ceremonias religiosas fuera de la parroquia, y la fuerza de la devoción popular, que aquí dio lugar a festejos y a un bello dance. Desde antiguo, el municipio nombraba cuatro mayorales para el cuidado del templo (que tenía altares de San Blas, San Pascual y San Antonio Abad) y proporcionaba aceite, cera y todo lo necesario para el culto. Había sacras y crucifijos, atriles de madera, misales, lámparas, vinajeras, candeleros de madera, dos campanillas de metal, un órgano y un facistol en el coro, colchas, cortinas, una alfombra, manteles, albas, amitos, casullas… donados por los fieles a lo largo del tiempo. Las fiestas patronales empezaban a primeros de febrero con el encendido de la hoguera y se prolongaban hasta el día 5, festividad de Santa Águeda. Los gastos que se ocasionaban (sermón, procesión, bendición de panes, dance, fuegos del diablo, pólvora, refresco y baile) fueron incluidos en el presupuesto municipal desde 1864. Los músicos del pueblo acompañaban a la procesión y tocaban “varias veces la jota y alguna pieza para divertir al público”.
En la guerra civil, el templo se convirtió durante unos meses en almacén de la colectividad que había tomado el mando. Los símbolos sagrados fueron sustituidos por un cartel a la entrada: “Cooperativa obrera-agrícola de Alloza”, pero tras la guerra se recaudaron limosnas para recomponerlo todo y reponer las imágenes. Hacia 1962, como apuntamos, se derribó la sacristía para abrir una nueva calle y al mismo tiempo se dio “un repaso general a toda la fábrica”. Apenas unos años más tarde, el párroco vendió la ermita tras conseguir, por un lado, el permiso arzobispal (alegando un estado de ruina) y, por otro, el apoyo municipal, que se decidió en un pleno con tan solo dos votos en contra, en 1970. La venta se justificó por la necesidad de reparar la casa rectoral, un edificio espléndido adosado a la iglesia parroquial, que a pesar de todo fue derribado años más tarde.
La ermita sigue en pie, en los últimos años aprovechada como almacén agrícola (los arrendatarios han mantenido a raya las goteras del tejado y en parte la estructura). La festividad de San Blas lejos de perderse parece arraigar cada vez más y es un anhelo casi unánime recobrar la propiedad de este edificio. Precisa obras con urgencia y gestiones para hacer posible el cambio de titularidad, pero de manera inmediata parece adecuada la declaración de Bien de Interés Local.
Ermita de Santo Toribio de Liébana
Apenas quedan huellas de esta ermita, que se levantó sobre un promontorio, en un paraje conocido como el Santo. Es la más alejada (a una media hora de distancia), la menos conocida y más recóndita de las ermitas de Alloza, pero desde ella se disfruta de un extenso panorama: Ariño y Alacón a lo lejos, los montes de San Cristóbal, Santa Bárbara y el Calvario, además del núcleo urbano de Alloza. Con capacidad para unas doce personas, se construyó en la segunda mitad del siglo XVII y varios testamentos dispusieron la celebración de misas en su altar, que en 1849 todavía estaba “habilitado para celebrar”.
Santo Toribio de Liébana se asocia con el monasterio cántabro que lleva su nombre, donde según la leyenda se conservan las importantes reliquias que trajo de Jerusalén, antes de ser nombrado obispo de Astorga. La devoción a este santo es poco frecuente en la provincia turolense, aunque muy destacada, como vimos, en Estercuel.
Arco-capilla de San Roque
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Arco-capilla de San Roque |
San Roque, abogado por excelencia frente a la peste y a todo tipo de epidemias, tiene un arco-capilla sobre un portal que da acceso a la calle Mayor. La capilla, levantada sobre dos sólidos arcos de medio punto, es de ladrillo, abierta por medio de un gran vano adintelado, con barandilla y hojas de madera. Es de estilo barroco con tejado a dos aguas, alero, una pequeña espadaña y escalera interior para el acceso; consta de un sencillo altar y una figura de escayola del santo titular.
Recibía culto el día del santo y su novenario, y a mediados del XIX se enumeraban los enseres que habían donado los vecinos del barrio de San Roque: casullas, albas, purificadores, un misal, sacras, candeleros y campanilla, entre otros. Arco y capilla fueron restaurados en 2005 y han vuelto a ser pintados en 2020. La festividad se celebra el 16 de agosto, con procesión y varios actos por cuenta de los devotos.
Estos portales son, como hemos comentado en ocasiones anteriores, muy frecuentes en la zona y la mayoría proceden de los siglos XVII y XVIII. Sobre el de Alloza hay una referencia en la visita pastoral de 1736, en la que se recoge licencia para fabricar “tres humilladeros o capillitas”, esta dedicada a San Roque y las de San Miguel y San Gregorio y Ánimas, que vemos a continuación.
Capillas de San Miguel, San Gregorio y Ánimas, Nuestra Señora de Arcos y San Benón
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Ermita de San Gregorio, pinturas murales. |
La ermita de San Gregorio se encuentra adosada al cementerio, precedida por un atrio. Es de planta rectangular, está cubierta con bóveda de cañón con tres lunetos y decorada con alegres pinturas murales en el altar y la bóveda. Tenía capacidad para unas veinte personas y a mediados del XIX todavía recibía culto. San Gregorio era el gran protector de las plagas de langosta que devastaban las cosechas. Sus reliquias se veneraban en Navarra, pero la cabeza del santo recorrió los campos de Teruel, Valencia y Castellón, custodiada por varios cofrades, en el siglo XVIII.
Las otras tres capillas tenían la típica planta cuadrada, tejado a cuatro aguas y portada con arco de medio punto, que vamos a ver en las estaciones del calvario. La de San Miguel, ubicada en el camino de la Filada, podía albergar a unas dieciséis personas; en 1854 ya no tenía culto ni retablo y en el presente no se aprecian restos. La de Nuestra Señora de Arcos obtuvo la licencia para su construcción en el “camino del molino” en 1739 y es propiedad de “una familia del pueblo”, como figuraba en la visita pastoral de 1849, que la mantiene en buen estado. En cuanto a la de San Benón, a pesar de que en el siglo XVII ya hubo legados para levantar el edificio, fue la última en construirse y no se bendijo hasta 1801. En la actualidad tampoco se conserva.
Ermita del Santo Sepulcro y capillas del vía crucis
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Interior del templo del Santo Sepulcro. |
Aunque existe un calvario en casi todos los pueblos de la comarca, hasta ahora no hemos remarcado la gran importancia que esta manifestación religiosa, propia de la época barroca, tiene en la provincia de Teruel. Recordemos que los calvarios o vía crucis designan un camino señalado con catorce “estaciones”, en cada una de las cuales se conmemora un pasaje de la pasión de Jesucristo. La mayor parte fueron construidos en los siglos XVII y XVIII, representados con cruces de madera o sencillos peirones en parajes elevados, cerca de las poblaciones. El de Alloza es un caso extraordinario, discurre a lo largo de un camino conmovedor, entre cipreses y capillas, y termina en una ermita del Santo Sepulcro que merece una minuciosa visita.
La ermita del Santo Sepulcro, situada en la cima del monte calvario, es un templo de una sola nave, rectangular y dividida en tres tramos: los dos primeros, reforzados por tres arcos de medio punto, están cubiertos por bóveda de medio cañón, y el último, con una cúpula que apoya sobre pechinas. La entrada se encuentra al oeste, protegida por un atrio sobre el que están construidos el coro y la espadaña. El edificio tiene adosados: una capilla -estación XI- en la fachada este; un templete -estación XII- en la fachada sur; y la sacristía y la casa del ermitaño, en la fachada norte. Los muros están fabricados con mampostería, con las esquinas y los refuerzos interiores de las columnas de piedra de sillería labrada. La cúpula y la bóveda son de yeso, y la cubierta de teja árabe (salvo en la cúpula, que hay azulejos); un alero de ladrillo rodea todo el edificio. La fachada del atrio, que era de ladrillo artesanal, sufrió una importante transformación en los años 1960, cuando se remozó con ladrillo rojo visto.
El Santo Sepulcro se comenzó a construir “a vecinal” hacia 1680. A través de donaciones testamentarias, durante el siglo XVIII
recibió tierras y dinero, ornamentos, joyas y ropas y se revistió con cuatro componentes muy valiosos: un imponente baldaquino
barroco, azulejos en los muros y el suelo, pinturas murales en la bóveda y paredes, y una serie de doce pinturas sobre cobre. El baldaquino (un tipo de altar alternativo al retablo, formado por una mesa-altar cubierta por un dosel) fue destruido en 1936, al comienzo de la guerra civil. Sus bellas columnas salomónicas se conservan en varias fotografías y sirvieron de inspiración a la réplica en escayola que ocupó su lugar, así como a la urna de cristal y a la imagen de Cristo yacente, que proceden de 1942 y se veneran desde entonces.
El pavimento, por el contrario, se conserva casi intacto: baldosas cuadradas de barro cocido y decorado con motivos vegetales y geométricos, que constituyen un buen ejemplo de los alegres modelos rococós de finales del XVIII. El motivo pictórico es una flor con su tallo dispuesta en diagonal dentro de una retícula formada por otras flores radiales y rombos. En el centro hay una cartela en la que se lee: “Este pavimento se hizo en el año 1788 a devoción de los fieles y costaron 701 sueldos jaqueses”; en la parte superior se representa el símbolo de Alloza, una cuchara, sobre fondo azul. En el lateral izquierdo, al pie de la columna correspondiente al segundo arco, hay otra inscripción que anuncia la sepultura de Joseph Aranda, ermitaño enterrado en 1738. En 2008 se cambiaron las baldosas más gastadas por unas reproducciones. Los azulejos del arrimadero o zócalo, como elementos artísticos e históricos, son todavía más valiosos. No tenemos espacio para describir su variedad, pero a grandes rasgos hay dos grupos de piezas. Por un lado, baldosas de un solo color (azul, naranja y blanco) que dibujan sofisticados paños y crean la ilusión de prismas tricolores. Por otro, baldosas decoradas con vasijas (predomina un jarrón de forma acorazonada y asas acabadas en volutas) y flores, rematadas en algunos tramos por piezas rectangulares. Quedan pruebas materiales de que estos últimos embaldosaban el suelo de la ermita hasta 1788, cuando fueron sustituidos y reaprovechados en el zócalo y columnas. Es emocionante mirar con cuidado los personajes, símbolos e inscripciones, buscar la probable cronología de su colocación en estos arrimaderos. Hay también dos pilas de agua bendita elaboradas con esmero, cada una compuesta de dos piezas; la que contiene el agua solo tiene revestimiento cerámico y la que lo cierra tiene motivos de la pasión pintados en azul y blanco.
La ermita está decorada asimismo con pinturas murales que cubren la cúpula, los arcos, toda la cornisa y las columnas. Las de la cúpula representan a san Jerónimo, san Ambrosio, san Gregorio, san Agustín, san Buenaventura y santo Tomás (padres y doctores de la Iglesia). En el resto vemos bustos de guerreros, cabezas de ángeles y motivos vegetales y geométricos, además de las cartelas: “Biba Jesús, biba María”, “Espero en Dios”, “Creo en Dios”. Se piensa que datan de finales del XVII, los llamativos guerreros, cañones, tambores, atabales, alabardas y otros objetos bélicos parecen inspirados en las guerras de ese siglo o, a lo sumo, en la de Sucesión, de principios del XVIII.
Por último, en los muros laterales del primer tramo de la nave, se encuentran doce pinturas al óleo sobre plancha de cobre que representan escenas de la vida de Jesús. Sus medidas encajan perfectamente en los muros, por lo que debieron de ser expresamente adquiridas para revestirlos. Son obra del pintor flamenco Guillermo Forchondt el Joven, con esta temática: Natividad, Circuncisión, Adoración de los Reyes, Huida a Egipto, Jesús entre los Doctores, Jesús ante Caifás, Jesús escarnecido y azotado, Jesús camino del Calvario, Crucifixión, Resurrección. Están datados en el tercer cuarto del siglo XVII y, hasta la fecha, no se ha localizado ningún testimonio documental sobre cómo y cuándo llegaron a Alloza.
El calvario cuenta con una capilla por cada estación del vía crucis. La mayoría responden a un mismo trazado: planta cuadrada de entre 10 y 16 m2 de superficie, fábrica de mampostería con sillares en las esquinas, cubierta de teja a cuatro aguas y puerta de acceso de madera con arco de medio punto de ladrillo. Encontramos peculiaridades, como un atrio en la entrada de la capilla IV, arco de piedra en la IX y en la XV, y varios escudos con angelotes u otros motivos en algún acceso. Fueron construidas en las primeras décadas del siglo XVIII, sustituyendo a antiguas cruces o columnas; cada estación cuenta con la iconografía correspondiente. Han estado tradicionalmente a cargo de familias que velaban por su conservación y vestían e iluminaban el altar según la época litúrgica.
A mediados del siglo XIX el Santo Sepulcro contaba con muchos devotos y la imagen era venerada en toda la comarca. La campana sonaba con el mismo toque a las seis de la mañana, y a la una y a las ocho de la tarde, para orientar a los caminantes y anunciar la hora. Tampoco faltaban los penitentes (que subían con los pies descalzos o de rodillas) ni los que dejaban exvotos en los muros del templo y en la sacristía, como resultado de una promesa o de un favor recibido. Los miembros de cera y otras representaciones de los órganos sanados fueron eliminados hacia 1970.
Actualmente se celebran la procesión de Viernes Santo, la Pascua del Domingo de Pentecostés y la fiesta del 14 de septiembre
(Exaltación de la Santa Cruz).
Fuentes bibliográficas principales:
• Lerma Loscos, Josefina, “Iglesias y ermitas de Alloza desaparecidas”, en Revista de Andorra, n.º 14, Centro de Estudios Locales de Andorra, 2015, pp. 52-71.
• — “Calvario de Alloza (Teruel). Un ideal llevado a la práctica”, en Revista de Andorra, n.º 15, Centro de Estudios Locales de Andorra, 2015, pp. 18-49.
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