Centro de Estudios Locales de Andorra
(Reproducción íntegra del artículo firmado por Alfredo Andreu y Josefina Lerma publicado en el BCI n.º 29 citado en la bibliografía)
Se ha escrito que el alma rural se esconde en las ermitas, en esos pequeños templos que encontramos a menudo en el campo o en las afueras de las poblaciones. Esta forma de arquitectura popular, pensada y realizada por los vecinos, es una buena muestra de la espiritualidad de la gente y del trabajo de anónimos artesanos y devotos. Nos proponemos localizar las que fueron construidas en los pueblos de nuestra comarca, trataremos de describirlas y de ver posibles relaciones entre ellas. En este primer paso de la serie hemos comenzado con las situadas en Alacón, pero antes viene bien apuntar varios comentarios generales.
Desde el punto de vista arquitectónico, las ermitas suelen ser edificios fabricados con mampostería y ladrillo, de una sola nave y sencillas fachadas. En las tierras de Teruel se levantaron principalmente desde finales del siglo XVI hasta el XIX, a veces sobre humilladeros o antiguos templos medievales. Como normalmente no existe prueba documental, se datan atendiendo a su tipología, a la forma de la planta y la techumbre. En la mayor parte de los casos eran construidas por el pueblo, que también se ocupaba del mantenimiento.
A través de las ermitas el mundo sagrado estaba presente en el paisaje. Muchas se vieron emplazadas en zonas altas o puntos estratégicos, ejerciendo funciones de protección. La ubicación, la capacidad del medio físico para evocar lo divino, es un factor decisivo en el origen de algunas ermitas, pero en general obedecían a las necesidades de la sociedad que las construía. Se comprueba que cada época y cada circunstancia dieron lugar a advocaciones concretas y que el ámbito de influencia de la devoción podía ser local o bien alcanzar niveles intermunicipales o comarcales.
Por otra parte, fueron centros de encuentro de la vida comunal y representaban una religiosidad no institucional ni jerarquizada, que en ocasiones suscitaba la desconfianza de la autoridad eclesiástica. Nos acercan a la esencia de la sociedad tradicional ya que tienen una estrecha relación con el ciclo económico y festivo, y con las cofradías y hermandades organizadoras de procesiones, romerías o dances. Han conservado y transmitido muchas creencias populares y rituales colectivos, como las rogativas en demanda de lluvia o para poner fin a pestes y otras desgracias.
La denominación de ermitas corresponde a una titulación eclesiástica, por eso las hay también englobadas en los núcleos urbanos o, el caso contrario, existen capillas o iglesias aisladas que no son ermitas sino que fueron parroquias de algún núcleo de población separado del municipio. En cualquier caso, vamos a ver que algunas han desaparecido o están en ruinas y dan pie a reflexionar sobre la necesidad de conservar estos elementos de nuestro patrimonio histórico.
En Alacón se localizan tres ermitas: San Miguel, Calvario y San Blas. No conocemos con precisión la historia de ninguna de ellas y, aunque las tres parecen entroncar con los comienzos cristianos de la población, la evolución ha sido distinta. La de San Miguel podría haber sustituido a un templo pagano de época prerromana; en la actualidad es una valiosa muestra de la combinación agua-religiosidad, muy frecuente en general en ermitas y santuarios, pero rara en estas áridas tierras. La del Calvario, ubicada en un espacio que pudo ser de dominio musulmán, primero fue capilla gótica y hacia el siglo XVII se transformó para albergar el sepulcro, al hilo del apogeo de la devoción del vía crucis; prácticamente todos los pueblos de la comarca tienen calvarios, cada uno con su singularidad. Por fin, la de San Blas domina un cerro que sugiere labores de vigilancia en tiempos de reconquista; de este tipo de ermitas aupadas en puntos estratégicos también veremos varios casos, y, como ocurre en este, lamentablemente algunos en ruinas.
Alacón se sitúa, como sabemos, sobre un cerro, en las estribaciones de la sierra de Arcos, prácticamente en la confluencia de los barrancos de la Muela y del Mortero. La ermita de San Miguel se levantó entre ambos barrancos, a unos dos kilómetros del pueblo, junto a un manantial que permitió construir la balsa del mismo nombre. En el paraje se encuentran un antiguo molino, un lavadero, la canal que los alimentaba y permitía el riego de la huerta, y pequeños edificios rurales. Por otro lado, hay un caño abierto en la roca, de unos 35 metros de longitud, entre la balsa y una paridera, que tuvo como objeto localizar el manantial que alimentaba la balsa, pero quedó inconcluso.
La ermita tiene orientación este-oeste, está construida en mampostería revocada y consta de una sola nave rectangular muy alargada, de cinco tramos, cubierta con bóveda de cañón apuntado sobre cuatro amplios arcos fajones o perpiaños. Hay un pórtico en prolongación de la nave, que antiguamente pudo estar abierto. El exterior es de una gran sencillez, sin vanos, con puerta de acceso en arco de medio punto de ladrillo. El tejado a doble vertiente sustituyó al parecer a otro con cubierta de madera. Podemos decir que sigue los patrones de construcción y forma de tipo medieval que abundó en la provincia y que se remonta, como apuntábamos, a los orígenes cristianos de la población.
Según la visita pastoral de 1656 las ermitas de Alacón estaban descuidadas, con frecuencia tenían las puertas abiertas y los animales entraban en ellas. La de San Miguel fue reparada en la segunda mitad de ese siglo XVII y posteriormente, en 1896, reformada por cuenta de Miguel Alfonso Burillo, según una inscripción que todavía puede leerse en el espacio de acceso; sobre este benefactor solo consta que era natural de Alacón. Entre finales del 2010 y 2011 se restauró el edificio para eliminar las filtraciones y problemas de humedad que lo dañaban, se colocaron pavimento y techumbre nuevos y se pintó el interior en color azul.
Ha sido cuidada por ermitaños (que vivían en el pueblo, no hay casa para ellos junto a la ermita) en algunas épocas, así se menciona en la visita pastoral de 1785 y se recuerda sobre fechas recientes, pero en general ha estado a cargo de los vecinos. Mediado el siglo XIX, tenía un “altar antiguo” y un par de manteles ordinarios. En la guerra civil de 1936 desaparecieron sus imágenes, como las del resto de edificios religiosos de Alacón.
Los templos dedicados al arcángel san Miguel proliferaron en Aragón a partir del siglo XII. La iconografía lo representa como soldado de Dios luchando contra las fuerzas del mal, o bien como juez que sostiene una balanza. En el altar de esta ermita encontramos la inscripción ¿Quién como Dios?, que es la traducción del hebreo del nombre Miguel.
En Alacón, san Miguel es el patrón y el santo protector de las aguas del pueblo. Por su carácter purificador o curativo y por su importancia para la vida, los cursos de agua y los manantiales han sido claves en todas las épocas, así que es muy frecuente encontrar ermitas próximas a ellos (en la comarca hay otro ejemplo destacado en la de Santa Ana en Ejulve) y no es raro que se haya producido una superposición de cultos. La de San Miguel se ubica en la partida conocida como Villa plana, en la que han aparecido restos de cerámicas y otras huellas de lo que pudo ser un asentamiento anterior al cristianismo.
Sin embargo, lo más evidente en San Miguel es su relación con el ciclo económico a través de la hermandad o junta de regantes, que tradicionalmente administró el agua necesaria para el consumo humano, los riegos y el funcionamiento del molino o el lavadero, y hoy se ocupa todavía de mantener el edificio y custodiar la llave. A la ermita se acude en procesión en las festividades del santo, el 8 de mayo y el 29 de septiembre, cuando se inicia el día con el canto de Aurora, se celebran las fiestas mayores y la citada junta invita a un vermú a la población. Es por ello, asimismo, un buen modelo de otra característica de numerosas ermitas: la de ser objeto de culto con periodicidad anual o estacional.
La ermita del Calvario se encuentra prácticamente unida a la emblemática Torre vieja o Torre de los moros, construida para la defensa de Alacón en el siglo IX o en el XII, hay distintas opiniones entre los historiadores. Sin embargo, no hay duda de su carácter militar, pues se cree que el pueblo estaba fortificado. Dada su importancia histórica, desde 2006 la torre está incluida en la relación de castillos aragoneses considerados como Bien de Interés Cultural. Con motivo de la realización de algunos trabajos de conservación en el calvario, aparecieron gran cantidad de huesos humanos en los alrededores, lo que permite suponer que el recinto fue un antiguo cementerio. La ermita no puede entenderse, por tanto, sin tener en cuenta su enclave en esta parte antigua y amurallada, en lo que fueron los límites de la estructura urbana en el barrio conocido como “la villa”. El edificio actual es el resultado de diversas transformaciones puesto que en un primer momento, según Santiago Sebastián, pudo haber sido una capilla abierta. Algunas piedras sillares del antiguo torreón se aprovecharon en los muretes del calvario hacia el siglo XVII, época en la que posiblemente se rehizo la ermita.
Lo más notable es la capilla del sepulcro con su arrimadero de azulejos y una bóveda de crucería, elevada cinco escalones respecto al resto del edificio, que de alguna manera se puede decir que la contiene. Es como una pequeña ermita dentro de la ermita. En los muros exteriores se aprecia bien la diferencia de materiales constructivos entre las dos partes y en la pared interior de la capilla, tras la última restauración, se ven claramente piedras sillares propias de lo que debió de ser un muro exterior.
La historiadora del arte Teresa Thomson expone así las características: “Es una interesante edificación del siglo XVI. En ella, como es habitual en las construcciones de dicho siglo, conviven elementos góticos y renacentistas. Tiene planta prácticamente cuadrada. Su única nave se cubre con la bóveda de crucería estrellada característica de este siglo decorada con rosetones (o motivos vegetales) y cabezas de angelitos. La pintura mural que muestra en la actualidad se adapta a una edificación concebida como capilla de un Calvario por lo que predominan los temas alusivos a la Pasión de Cristo. Conserva una interesante decoración cerámica policromada en la que se alternan motivos circulares de inspiración vegetal con motivos geométricos, entre los que predominan las estrellas de ocho puntas”. La decoración cerámica a la que alude se refiere al arrimadero fabricado con brillantes azulejos de arista que revisten la parte inferior de las paredes, restaurados en 2010 en Zaragoza por Fernando Malo.
Según la visita pastoral de 1785, “servía de Santo Sepulcro al Calvario” y se conocía con el nombre de Santo Ecce Homo, aunque en la de 1849 la ermita es citada con el de Jesús Nazareno. Cualquiera de estas denominaciones la relaciona con el auge del vía crucis en el siglo XVII, así como con las cofradías penitenciales, que igualmente alcanzaron su apogeo en la época barroca. En la referencia del siglo XVIII se apuntaba que estaba “muy bien adornada” y que, aunque no tenía rentas, la mantenían los fieles y la custodiaba un ermitaño. Y en 1849 se enumeraban para su ornamento “seis manteles de seda y lienzo, y arcas”.
Junto a la ermita hay un vía crucis con catorce peirones, que recorren dos calles con pinos, cipreses y arbustos diversos. El calvario está protegido por muros de piedra y el acceso, que se abre con un arco de medio punto, da paso a un recinto muy agradable. El culto en este templo solo tiene lugar en Semana Santa.
Como un elemento más del paisaje, las ruinas de la ermita de San Blas se divisan en la cima de un ce- rro, hacia el oeste. San Blas formaba parte del grupo de los llamados santos auxiliadores, reputados en la Edad Media como particularmente eficaces para res- ponder a las invocaciones de los fieles. Es patrón de dos pueblos de la comarca (Gargallo y Alloza) y titular de muchos templos en la provincia de Teruel. Del que se le dedicó en Alacón solo queda en pie parte de los muros y no sabemos su origen. Pero la antigüedad de la advocación y, sobre todo, su localización estratégica indican que la ermita puede ser medieval. Según las correspondientes visitas pastorales, en 1656 estaba desatendida y en 1785 “desamparada e indecente”, nadie la cuidaba.
Hasta hace unos años persistía completo el arco de medio punto del pórtico. La obra del edificio era de mampostería y ladrillo y el altar estaba en el oeste de una única nave rectangular, con un contrafuerte exterior. No está clara la función, pero pudo haber romerías que subirían desde el pueblo por el camino de la Venta.
El abandono de este tipo de ermitas situadas en puntos elevados, de incómodo acceso y dedicadas a advocaciones que no fueron fomentadas por las au- toridades eclesiásticas tras el concilio de Trento, ha sido progresivo al menos desde el siglo XVIII. En el resto de la comarca de Andorra-Sierra de Arcos en- contraremos más casos, como los de las ermitas de San Cristóbal en Crivillén y Alloza. El deterioro de San Blas en Alacón se agudizó tras la guerra civil de 1936, cuando el edificio se vio despojado de la techumbre. La despoblación y los cambios sociales también están detrás del desamparo de las ermitas más alejadas de los núcleos urbanos.
EL CELAN (Centro de Estudios Locales de Andorra) tiene como objetivo la investigación y estudio de los diferentes aspectos de la realidad cultural de Andorra y su ámbito comarcal, así como la defensa del Patrimonio Artístico e Histórico.
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