Mirambel
Seguimos ruta por la carretera CV-121 y salimos de la provincia de Castellón para volver a Teruel. La misma carretera se transforma ahora en la A-227 y a escasos kilómetros de Olocau se encuentra Mirambel, uno de los pueblos de la comarca del Maestrazgo aragonés con más proyección turística.
Dejamos el coche en el parking exterior a la muralla y nos adentramos a una coqueta localidad, solo 130 habitantes, que lucha por sobrevivir entre la actividad turística, la ganadera y la agrícola. Su historia se inicia en el siglo XII cuando los templarios tomaron este territorio para el rey Alfonso II, pasando a pertenecer a la Baylia de Cantavieja. En 1157 se le concedió el Fuero Libre y en 1234 la orden del Temple le otorga la Carta Puebla. Su devenir es similar al del resto de la comarca, tras la desaparición de la orden del Temple pasó a manos de la orden de San Juan de Jerusalem. Los siglos XVI y XVII suponen una época de esplendor en la arquitectura civil del Maestrazgo, con la construcción de palacios y casas señoriales de estilo renacentista pertenecientes a la nobleza local enriquecida por el comercio de la lana.
Otro periodo importante fue el de las guerras carlistas durante el s. XIX. Mirambel se convirtió en la capital administrativa y política con la creación de la Junta Superior gubernativa de los reinos de Aragón, Valencia y Murcia a raíz del paso de la expedición de Don Carlos, pretendiente al trono frente a Isabel II.
Finalmente la localidad fue declarada conjunto histórico artístico en 1980 y en 1981 recibió la medalla de oro de Europa Nostra por las tareas de restauración y ordenación del conjunto urbano de la localidad, conservación y reconstrucción manteniendo su imagen medieval.
Iniciamos el paseo siguiendo a la guía de turismo. Como nos explica, Mirambel está cuajada de casas-palacios de los siglos XVI y XVII debido a que sus dueños se dedicaban a la industria de la lana, floreciente en todas las zonas de la montaña ibérica durante esos 200 años. El comercio se realizaba sobre todo con Italia de ahí la influencia arquitectónica del renacimiento de ese territorio. Destacan la casa Aliaga y la casa Castellot, que se encuentran en la plaza Nicolás Ferrer. Pertenecen a los dos linajes más importantes de la comarca. Los Aliagas heredaron parte de las propiedades de la orden de San Juan de Jerusalem. Los Castellot fueron los primeros propietarios del castillo de Castellote. En el siglo XVIII ambas casas emparentaron por medio del casamiento de Francisco Aliaga con Antonia Castellot consiguiendo la propiedad de 36 masías repartidas por Mosqueruela, Cantavieja, Tronchón, La Cuba y Mirambel. Ambos palacios responden al modelo de casona aragonesa con tres pisos, el último con una galería de arcos aragoneses y un alero de madera muy desarrollado propio del siglo XVI. Los dos palacios tienen inscripciones, en sanguina, de la primera Guerra Carlista donde se refleja quién se alojaba y con cuántos caballos contaba, símbolo del poder militar.
Otras casas-palacios que destacan son la de los Julianes, la casa Barceló y de la Sota y la casa Pastor. Todas poseen tres pisos y el característico alero de madera. Seguimos el recorrido por las calles empedradas pegadas a la muralla y a los cinco portales: de las Monjas, de Valero, de San Roque, La Fuente (con la cruz sanjuanista) y del Estudio. La muralla fue levantada por la orden de San Juan y sigue abrazando el pueblo. Conserva las aspilleras, torreones y tramos de muro que se confunden con las casas-palacios que fueron construidas aprovechando su solidez y su pérdida de uso defensivo.
Pasamos por las ruinas del castillo templario y más tarde Sanjuanista alrededor del cual se fueron apiñando las casas de los primeros pobladores cristianos. Este mismo edificio se convirtió 500 años más tarde en la imprenta del boletín carlista y en alojamiento del general Cabrera. La plaza que lo precede era el patio de armas. Disponía también de horno, graneros, etc. Desde la calle del Horno llegamos al Ayuntamiento, edificio construido en 1583 de estilo renacentista. Responde al modelo de los ayuntamientos de la zona con un gran salón con ventanas festejadoras, una amplia lonja de tres arcos sobre columnas donde se celebraban las subastas de animales y frutos del campo, los bailes y se jugaba a la pelota. En los bajos se encontraba la cárcel para retener provisionalmente a los reos.
El conjunto urbanístico se completa con la iglesia parroquial de Santa Margarita que ha sufrido varios episodios de destrucción y reconstrucción. En 1837 se reformó sobre la anterior iglesia medieval y los vecinos la ornamentaron con retablos y joyas. Seis años más tarde el carlista José Miralles Marín mandó quemar la iglesia para acabar con los liberales que se habían refugiado en su interior. De nuevo los mirambelanos reedificaron su iglesia. En la Guerra Civil de nuevo fue saqueada y de nuevo sus habitantes la volvieron a recomponer.
El Convento de las Agustinas contiene todas las dependencias propias de una comunidad que apenas tenía relación con el exterior. En la actualidad están restaurándose las celdas de las monjas. La celda de la madre superiora conserva la pintura del oratorio y las pinturas renacentistas de las paredes. Desde esta celda se accede a la galería de variados dibujos geométricos construida con yeso, barro cocido y arcilla que forma parte del matacán de la muralla y de la imagen fija más conocida de Mirambel.
Fuera de la muralla es visita obligada la nevera, propiedad del concejo. Su gestión se sacaba a pública subasta cada dos o tres años. Se facilitaba nieva a las familias por una contribución y a los enfermos se les daba gratis.
Mirambel no solo ofrece un interesante centro urbano, también posee un entorno interesante, zona de paso de la GR-8 que se dirige hacia Cantavieja y el PR-TE 86 que recorre un interesante patrimonio de norias, pozos, masías, vías pecuarias, fuentes o el puente medieval del Molino de Ronda.
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