Estercuel celebró “La Encamisada”
Las quince hogueras estaban preparadas para recibir a la gente que se acerca a esta fiesta del fuego. Los mayorales fueron a buscar al procurador y juntos acudieron a la iglesia para recoger el pendón de San Antón. Junto con el cura, se desplazaron a la capilla de los santos Fabián y Sebastián donde se encendió la aliaga, prendieron las teas en el tedero y se cantó la Salve. Con el fuego, la comitiva se desplazó a la plaza de la Iglesia donde se encendió la hoguera y a partir de ahí la comitiva compuesta por los portadores de los tederos, los gaiteros, el procurador, rey, conde y mayorales, vestidos con capa y sombreros negros con adornos y a caballo, iniciaron el itinerario recorriendo las quince hogueras hasta volver de nuevo a la plaza de la iglesia, en un ambiente nocturno en el que se apagan las luces del pueblo y sólo brillan las hogueras y las teas.
Terminada La Encamisada, comienzan los preparativos de la cena, con productos asados en las brasas de las hogueras.
Merece la pena retomar el artículo de Josefina Lerma en la página del CELAN, en La Contornada. http://www.celandigital.com/25/index.php/men-fiestas/fiestas-de-estercuel
Tradicionalmente, las fiestas de invierno han estado relacionadas con los santos de capa, como san Antonio Abad, san Sebastián o san Blas. Aunque el elemento indispensable era el calor de las hogueras, las celebraciones abarcaban otros actos. El fuego simbolizaba el renacer de un nuevo ciclo de vida en el proceso natural y, sin duda, nos sigue fascinando. En cambio, los sentimientos que se esconden tras algunos rituales y manifestaciones religiosas son más difíciles de desentrañar, se han perdido en parte las claves para su interpretación.
La Encamisada de Estercuel es una de esas festividades de invierno, vinculada a los santos mártires (san Fabián y san Sebastián) y a san Antón (se la llama también fiesta de los Sanantones y tiene lugar el fin de semana más próximo al 17 de enero). Se inicia al atardecer, con un cortejo espectacular y muy emocionante, que recorre con caballerías las calles iluminadas solo por hogueras, protagonizado por el Procurador, el Rey, el Conde y los Mayorales, vestidos con capa y sombrero negros. El desfile es cada vez más admirado, pero en esta ocasión nos vamos a fijar en las casi desconocidas ceremonias del día siguiente.
Un poco de historia
En muchos casos el sentido de los ritos hay que buscarlo en el pasado. Recordemos que la encamisada era una emboscada puesta en práctica por las tropas españolas en la guerra de Flandes, en el siglo XVII. Aprovechando la oscuridad de la noche, los soldados combatían al enemigo con las camisas colocadas sobre jubones y armaduras (es decir, “encamisados”) para no confundirse con los contrarios. Participar en una encamisada se consideraba de mucha honra entre los españoles. Quizá por eso los nobles comenzaron a celebrar fiestas nocturnas inspiradas en esta táctica militar, para hacer público su retorno de la batalla y dejar clara su posición de poder. Estercuel y su baronía formaban parte de los dominios de Luis de Bardají, y tanto él como sus descendientes, militares al servicio del rey, pudieron desplegar estas ceremonias en el pueblo, donde se ubicaba la casa-palacio de los señores. Por otro lado, la tradición oral ha trasmitido que el festejo de Estercuel se conmemora en acción de gracias a los santos mártires (que tienen una capilla en un antiguo portal de entrada), por haber librado a los vecinos del contagio de la peste (hubo una trágica epidemia en el siglo XVII). En España se rememoran encamisadas en localidades de Badajoz, Cáceres, Toledo y Tarragona; en Aragón, la de Estercuel es la única que se conoce.
La encamisada se convirtió en muchos lugares en una festividad con música y ministriles en la que el concejo y las personas notables, vestidos con las mejores galas, desfilaban de noche con hachas (grandes velas) u hogueras encendidas. Como la iglesia era el único soporte firme en momentos de guerras y epidemias, solían ir al encuentro de la imagen de un santo o virgen, que triunfaba simbólicamente sobre el enemigo. Al día siguiente se oficiaba misa y vistosas procesiones, de nuevo con velas, música y estandartes. Estas ceremonias se mezclaron con manifestaciones carnavalescas o mojigangas, en las que la gente desempeñaba los papeles de rey, conde, duque o cargos similares, disfrazados con trajes, sombreros y adornos. En Teruel el “juego del Reynado”, como se llamaba a una de estas representaciones burlescas, fue prohibido por la Iglesia en 1745. Sin embargo, el reinau o las mojigangas sobrevivieron con adaptaciones locales en Estercuel y otros pueblos turolenses.
La llega por el pueblo
El cargo de Procurador recae en la persona de más edad de los llamados fiesteros u organizadores y se le reconoce por llevar en el sombrero unas plumas de gallo, uno de los símbolos más populares de la Encamisada. En tiempos pasados quizá representó al encargado de promover los intereses del pueblo en los concejos. El Rey simbolizaría el poder real y se le identifica por tres estrellas plateadas. El Conde encarnaba el poder de la nobleza en la sociedad medieval y lleva unas cintas blancas. Les acompañan cuatro Mayorales, que hace años llevaban el ramal de sus caballerías, los custodiaban y ayudaban con los sombreros.
A primera hora del día siguiente a la noche de las hogueras, estos personajes recorren de nuevo el pueblo, esta vez para recaudar fondos que sufraguen la fiesta. Animados por los gaiteros, portan unos capazos y el pendón de San Antón, mientras la imagen del santo se queda presidiendo la plaza de la iglesia. Algunos vecinos, además de aportar dinero, ofrecen en las puertas de sus casas pastas y licores a la comitiva, integrada por todo el que quiere asistir. En el periplo se bailan pasodobles y el reinau.
Aportación a la llega
En la actualidad la llega ha perdido casi todo su significado mítico. Tradicionalmente se ofrecían tortas, velas, orejas y patas de cerdo adornadas con lazos, que se subastaban el domingo siguiente. Estos productos eran ofrendas a los santos, como agradecimiento o en espera de su intercesión ante la divinidad, para guardar su salud y propiedades. No olvidemos que san Antón era protector de enfermedades y de los animales domésticos y de labor, esenciales en las economías rurales tradicionales. Los fiesteros componían lotes, el alguacil llevaba el control de las pujas y el párroco el de las adjudicaciones. Los lazos servían para que el oferente pudiera reconocer sus bienes y pujar por ellos para convertir en dinero su aportación al santo. Todos los años se rifaba la conocida como “pata de San Antón”, que después de adjudicada volvía a quedarse en la iglesia.
Terminada la llega, poco después de mediodía, el cortejo se une a las fiesteras (ataviadas con ropa tradicional), que esperan provistas con canastillos llenos de pan en casa del Procurador, y todos juntos se dirigen a la iglesia. Por su parte, san Antón recupera su sitio en la peana habitual en el interior del templo.
Misa mayor y el acto de “sacar hacha”
Ya en la iglesia, fiesteros y fiesteras ocupan los bancos de las autoridades. Los cargos principales dejan sus sombreros bajo el altar, junto al pan que se va a bendecir y comienza una misa (ahora es misa baturra, pero en otro tiempo tenía toques de dulzaina) que tiene dos poderosos elementos expresivos. Uno de ellos se denomina “sacar hacha” y es un antiguo acto ceremonial realizado también en otras festividades mayores. Catorce hombres revestidos con roquetes blancos ejercen de pajes de hacha; entre ellos se encuentran los siete fiesteros entrantes, es decir, los que organizarán la Encamisada del año siguiente. El ritual consiste en salir de la sacristía con grandes velas encendidas, hacer una genuflexión frente al altar y posicionarse a lo largo del pasillo central de la iglesia para permanecer unos minutos de pie y volver a la sacristía en el mismo orden en que han salido.
Ceremonia de 'sacar hacha' durante la misa
Este proceso de salir y volver a entrar a la sacristía se repite en tres momentos: al comienzo de la misa, en la lectura del evangelio y en la consagración. El hacha se lleva con la mano derecha oculta bajo la tela del faldón y con la izquierda a la vista. Este detalle ha dado lugar a interpretaciones que vinculan el ritual con el mundo romano, en el que las manos veladas corresponderían al culto de algún antiguo dios. Aunque no se puede descartar que responda a alguna razón práctica (en los manuales litúrgicos había instrucciones de este tipo para evitar manchas de cera en las alfombras de la iglesia), es un raro ceremonial sobre el que no se han encontrado referencias.
Reparto del pan Bendito
Por otro lado, al final de la misa se bendice un simbólico pan -en realidad, es una torta dulce-, al que se atribuye efectos sanadores. El reparto del pan bendito es una de las manifestaciones de religiosidad popular más frecuentes en la provincia y, en general, de las sociedades agrarias tradicionales. El pan bendecido se comía como alimento curativo y medicina preventiva contra enfermedades, se compartía con familiares, incluso con animales, reforzando el sentido de grupo. Algunas personas realizan gestos rituales como rezar, santiguarse o besar el pan antes de comérselo. También es costumbre guardarlo para personas enfermas o ausentes, que no han podido asistir al oficio religioso.
Procesión, baile del reinau y cambio de poderes
Tras la misa hay una procesión en la que desfila en primer lugar la cruz procesional, seguida de dos pajes de hacha con los correspondientes hachones, el pendón de San Antón y las imágenes sobre peanas de los Santos Mártires y San Antón; a continuación van los gaiteros, los cargos de la fiesta, el párroco y el público. En la capilla de los Santos Mártires se reza una oración y durante todo el itinerario los dulzaineros interpretan toques de procesión, hasta alcanzar de nuevo la iglesia con la melodía de la Encamisada.
La comitiva se dirige después a la plaza de Aragón, donde se enciende la aliaga ganadora (la de mayor tamaño entre las recogidas) y se forman las parejas para bailar la jota del reinau. A continuación, los fiesteros entrantes y salientes se colocan en dos filas frente a frente y van intercambiando, en orden decreciente de poder, primero el sombrero y después la capa (en la actualidad, la mujeres también hacen traspaso de mantillas). Estas parejas protagonizan el pasodoble final (el baile de las coronas, que en otro tiempo iba acompañado de una especie de coreografía simbólica, que ya no se interpreta) y se acaba con un refresco colectivo.
Un patrimonio para preservar y difundir
Hay que subrayar la gran riqueza musical, con melodías propias para cada acto (algunos desaparecidos): la encamisada, la encamisada de día, la mazurca, la llega, la diana, el toque de procesión y la música de los bailes, el baile de las coronas y el reinau. Estas piezas, en conjunto, constituyen un importante legado que se ha recuperado en diversas grabaciones, añadiendo incluso novedades como el pasodoble Estercuel d´España, que se toca al final.
La Encamisada es una fiesta participativa, resultado del empeño de muchas personas que recogen aliagas y leña, montan las hogueras (con una técnica minuciosa), portan los tederos, tocan las dulzainas y gaitas, ejercen de festeros y, en general, acompañan en todos los actos. Ha despertado cada vez mayor interés informativo y turístico y es Fiesta de Interés Turístico de Aragón desde 2004. Hay una exposición permanente en el Centro de Interpretación del Fuego y de la Fiesta en unas antiguas cuevas y se ha señalizado la llamada Ruta del Fuego.
Si en el siglo XIX el padre Bravo, un fraile mercedario del monasterio del Olivar, escribió que la Encamisada de Estercuel era una “extraña ceremonia”, hoy se puede afirmar que con el paso del tiempo la sensación de sorpresa, de asistir a ritos que nos relacionan con lo que desconocemos, es todavía mayor.
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